Por Félix Cortés Camarillo.
Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
pues Dios protege a los malos
cuando son más que los buenos.
Va de personal anécdota.
En Monterrey habito con mi familia un departamento, en una de dos torres de condominios que juntas tienen cerca de cien unidades.
Hasta hace muy poco, el reglamento interno del condominio establecía que, además de los habitantes permanentes, solamente podrían acceder a los departamentos los visitantes, temporales o por períodos medianamente largos y las personas debidamente registradas con esa calidad. Los repartidores de diversas mercancías, mayormente alimentos preparados, tenían que dejar sus entregas en la recepción.
De pronto, la semana pasada me encontré en el vestíbulo de mi piso con un tipo de rara facha y aspecto desorientado que resultó ser un repartidor de alimentos para un vecino. Me incomodé por la irregularidad y ante eso los encargados de administrar el edificio convocaron rápidamente una consulta a What´s up alzado: ¿quiere usted que le suban sus alimentos hasta la puerta de su departamento o prefiere bajar por él con las incomodidades que eso implica?
AMLO´s style haciendo escuela. Dado que la mayoría de los habitantes de los departamentos son jóvenes estudiantes, la democracia triunfó.
El asunto es irrelevante y no. La democracia, como sistema en que el pueblo decide y su capacidad de decisión se establece meramente por la superioridad numérica, tiene una pata de menos: el equilibrio que al molcajete le da la otra pata, la del buen juicio y los principios establecidos por leyes, reglamentos, preceptos u ordenanzas. Ahí es donde las encuestas de Andrés Manuel muestran el cobre de la manipulación al plantear el plebiscito en términos ladeados, y organizadas por ciegos seguidores. Así se acaban proyectos de primer orden como el aeropuerto de Texcoco, las estancias infantiles o tantas otras decisiones del pueblo sabio.
El pueblo pone, el pueblo quita, dicen al unísono Andrés Manuel y el Bronco. No es del todo cierto. Cuando se toman decisiones a tabla rasa, sin hacer consideraciones superiores que involucran al bien común, podemos caer en los estropicios que a la razón nos está propinando el régimen de la Cuarta Simulación un día sí y otro también. Cuando los desmanes en que devino la marcha recordando los cinco años de los desaparecidos de Ayotzinapa son vistos por el poder del Estado como un asunto que no es de su incumbencia, nos estamos acercando a una crisis de gobernabilidad harto peligrosa.
Hay un chiste de secundaria que establecía la definición de democracia: demos=pueblo; cratos=mis testículos. Así de obscena es la traducción que se está haciendo en nuestros tiempos del poder del pueblo.
Porque ejercer la ley y respetar los principios es cancelar la libertad de pensamiento y acción, según la Cuarta Simulación. “Leer es de burgueses” gritó alguno de los rufianes enmascarados mientras su grupúsculo trataba de incendiar una librería Ghandi en la Ciudad de México el 26 de septiembre. Y los asesinos de Eugenio Garza Sada fueron unos valientes jóvenes; y los legisladores de Oaxaca están atentado en contra de la vida al despenalizar el aborto. Y así…