Por Eloy Garza González.
Ayer murió mi amiga, la poeta Minerva Margarita Villarreal. Me conmovió profundamente su deceso. Tuvimos una prolongada y nunca interrumpida amistad. Nos estimamos mucho. Con frecuencia, hablábamos por teléfono. Con ella confirmé que la amistad es una de las formas de la felicidad. La última vez que la vi fue en su casa de Higueras, Nuevo León. Me habían invitado a comer allá un fin de semana, ella y su esposo, el también poeta, José Javier Villarreal. Vino tinto, agujas norteñas y como postre, Góngora y los poetas latinos. Fue una linda velada que ahora recuerdo con inmarcesible nostalgia.
Los últimos cuatro poemarios que publicó Minerva Margarita se los presenté yo en varias Ferias de Libros. Era como una manda, una complicidad poética entre los dos. Y hace apenas unos meses, publiqué en la revista “Vuelo de Jaguar” y luego en “Altazor”, un largo y pormenorizado ensayo sobre la poesía de mi querida amiga. Lo titulé “Las moradas líricas de Minerva Margarita Villarreal”: mi homenaje no deliberado a nuestra poeta que ayer partió sin retorno a moradas más hospitalarias.
Cada uno de nosotros tiene hábitos buenos y hábitos malos. Fumamos, nos levantamos al alba, tomamos una copa de vino por las noches, dormimos de más o soñamos de menos. Un hábito mío consistió durante muchos años en escribir una crítica sobre cada libro de poemas que publicaba Minerva Margarita y que debía estar cariñosamente dedicado: Adamar, Tálamo, De amor y furia. De ellos, quizá el mejor sea una Herida luminosa: la convergencia entre la divinidad y la pareja, el hijo, el padre; la simbiosis del cuerpo con la existencia; en fin: en varios ensayos abordé el análisis de este poemario. No insistiré, por el momento, en sus innumerables atributos.
Regularmente me resultaba fácil que mi amiga Minerva Margarita me dedicara sus libros (a mí que seré siempre su ferviente lector) a excepción de una vez, cuando le otorgaron el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, en 2016, por esa quintaesencia teresiana que es el libro Las maneras del agua. Le seguí la pista en la ciudad de Aguascalientes para que me autografiara el libro; la bella ceremonia en el Teatro Morelos, el brindis de honor, la comida formal, los abrazos fraternales, los aplausos y la lectura en atril. Pero el libro nada que me lo autografiaba.
Finalmente regresé a mi casa, en Monterrey, con el volumen sin dedicar. Ahora es el libro más curioso que tengo en mi biblioteca, en la sección Villarreal-Minerva Margarita: porque es el único que no tengo autografiado; eso lo volvió una rareza entre los demás tomos.
Leídos como capítulos sucesivos de un solo corpus poético, breve y complejo, los poemas de Minerva Margarita constituyen un oasis en las últimas décadas salitrosas de la literatura norestense. Siempre es triste la muerte de un poeta. Ayer murió también una de mis más queridas amigas. Que su camino al más allá sea cálido, florido y luminoso.