Por Eloy Garza González
@eloygarza
Circulan en Facebook e Instagram mensajes dirigidos al niño que mató a su maestra en Torreón. En realidad no le hablan al niño, le hablan a lo demás usuarios. Esa es una fórmula literaria válida, aunque yo nunca la usaría.
Estos usuarios absuelven al menor y culpan a su entorno: padres de familia, abuelos, etcétera; acusan el nulo amor familiar, déficit de afectos parentales. Culpan a los videojuegos, a la venta ilegal de armas, a la falta de mochila sana y segura y hasta a los superhéroes de Marvel.
¿Cual de todos estos motivos es el verdadero? Quizá todos. Quizá algunos no. Para eso sirven las pesquisas: para descubrir los móviles. Y va más allá del plano policiaco. Por supuesto, tomar de ejemplo a este menor para exigir más amor familiar, más medidas de seguridad escolar y protestar por los altos índices de violencia social, es oportuno y justo.
Lo que no se vale es que entre todos los móviles posibles elijamos uno y excluyamos los demás. No basta con dar amor a nuestros hijos, porque su educación también pasa por la disciplina, los buenos hábitos, las medidas correctivas; no basta con reducirles a los menores las horas en sus videojuegos, sino de hablar con ellos constantemente y tener comunicación abierta. No basta con exigir que se acabe con la cultura de la violencia, sino de reprimir uno mismo el machismo, el racismo y la homofobia.
Y entender que las enfermedades mentales existen; no se sanan sólo con amor (aunque eso es un avance significativo) sino con información y conocimiento: programas estatales preventivos de índole psiquiátrica, detección oportuna y terapias regulares.
El desarrollo de la inteligencia pasa por la parte emotiva: pensar y sentir. Hasta el amor necesita aprender habilidades y destrezas. Tarea muy difícil, pero de eso se trata la vida: de encarar problemas (siempre los habrá, nunca terminan), crecer juntos, lamerse entre todos las heridas, celebrar nuestros logros y saber que a veces las circunstancias naturales conspiran en contra nuestra. Y a pesar de eso, salir adelante, sin pensamientos mágicos ni salidas apocalípticas.