Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Como los “analistas” neoliberales no pueden decodificar la propuesta de cambio de régimen (“primero los pobres”) más que con sus herramientas de trabajo, lo suyo es la percepción (la condena del cambio de régimen), la valoración (toda valoración es ideológica, en este caso de derecha) y no precisamente el análisis. Eso es lo que sucede ahora con el desprecio al Instituto de Salud para el Bienestar.
“Jamás es neutra la manera en que buscamos medir la desigualdad” (El capital en el siglo XXI, FCE, p. 295), ha escrito Thomas Piketty. Los ideólogos del neoliberalismo, así, no analizan las propuestas de la 4T desde una óptica que trascienda sus anteojeras ideológicas, al contrario, se subsumen en sus ideas, modelos y paradigmas preconcebidos: cuando tenían todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas. Estamos hablando del combate a la desigualdad, estúpidos.
En la obra citada, Piketty concluye (p. 414): “sería ilusorio imaginar que, en la estructura del crecimiento moderno, o en las leyes de la economía de mercado, existen fuerzas de convergencia que conduzcan de forma natural a una reducción de la desigualdad patrimonial o a una armoniosa establidad”. También hay desigualdad en la propiedad del capital, sacrosanta inequidad que el neoliberalismo pretende incólume. Si las estructuras del crecimiento o las leyes del mercado no ayudan, para eso existe el Estado, para combatir la desigualdad.
La desigualdad en la salud pasa por la industria farmacéutica, la distribución nacional farmacéutica, la salud de elite para empresarios –y hasta hace poco para la clase política federal gobernante–, ante todo, por la privatización de la salud. La desigualdad neoliberal en la salud contravino el derecho constitucional: “Toda persona tiene derecho a la protección de la salud. La ley definirá las bases y modalidades para el acceso a los servicios de salud y establecerá la concurrencia de la Federación y las entidades federativas en materia de salubridad general…”.
El derecho a la protección 1) quiso ser conculcado con la privatización y 2) fue una carga onerosa para el erario ciudadano a través del usufructo por medicamentos caros, inexplicablemente, y por la connivencia entre las farmacéuticas y los gobernantes.
La protección a la salud implementada por la 4T quiere provocar que los ciudadanos vuelvan a ejercitar su derecho a la salud. Hay críticas sobre lo particular, sobre todo cuando se especifica la falta de medicamentos a los niños con cáncer, suplir al Seguro Popular o la torpe implementación de la vigencia del INSABI (este último error ha sido repetido por la administración de Andrés Manuel López Obrador en el huachicoleo y “perdón” a Ovidio Guzmán López, lo cual se percibe como políticas públicas de “improvisación”). ¿El programa de salud empezó mal? ¡Por supuesto! ¿Eso prefigura que acabará peor? Para nada.
Hay nostalgia por el pasado neoliberal, como lo escribe Pablo Hiriart en El Financiero: “Mientras el gobierno atina a darle coherencia a sus propósitos, le gente pobre recibe una atención más parecida a la etíope de Haile Selassie que a la de países nórdicos. Y todo por destruir lo que hicieron gobiernos anteriores”. También tristeza reaccionaria, como la publicada por Roberto Rock en El Universal, ya que este nuevo modelo de “asalto a la salud” no otorga, “en definitiva, mayores certezas. Pero en particular, dejar a decenas de miles de pacientes en el limbo jurídico y social no es en absoluto popular”.
La politización de la salud también viene de los gobiernos estatales de la oposición dominados por el Partido Acción Nacional y Movimiento Ciudadano: el nuevo modelo trasciende la administración política-electoral de la salud, lo cual es inadmisible para esta oposición.
Las inercias económicas, financieras y políticas ejercen sus correras de transmisión ideológica al prefigurar el fracaso del INSABI. En el fondo hay nostalgia por el antiguo régimen neoliberal, sus componendas y privilegios. Ese adolorido cinismo de ahora preocuparse por los pobres cuando, paradójicamente y embromados, piden el regreso del “derecho” a la salud como se manejaba en el antiguo régimen, es decir, desde la ganancia farmacéutica y la privatización.
Va de nuevo: ¡Es la desigualdad, estúpidos!