Por Eloy Garza González
@eloygarza
Mad Max, distopía ochentera, ambientada en el lejano año de 2021, se ubica ya en el norte de México. Max mora en Monterrey: una metrópoli carbonizada. Y sus habitantes viven bajo la guadaña de las enfermedades respiratorias y al cáncer de pulmón.
Entre tanto, el “aquí no pasa nada”, con que los regiomontanos maquillamos nuestra apatía y la espantosa corrupción de las autoridades, anuncian el suicidio colectivo. Lento pero inexorable.
Que las peores emisoras son los carros con motor de explosión, no las fábricas. Que no son todas las industrias, son las Pedreras. Que no son las Pedreras son las carnes asadas. Que la concentración de C02 en la atmósfera se quita sola. Que todos somos culpables. O sea que nadie es culpable.
¿Soy alarmista? ¿Exagero? Asómese el lector a la calle. Si se atreve, aspire una profunda bocanada de aire sucio. Cuénteme luego cómo le fue.
En Monterrey ya no se ven colores vivos porque todo lo empaña un gris lunar, apocalíptico. Vivimos en una ciudad opaca, plana, sin cerros (lo peor está en Cumbres) porque los rebananos como filetes y los esfumamos de la vista con el smog que nos ahoga y nos despierta una tos crónica. Los medicamentos no la curan y se incrementa con la exposición al medio ambiente.
Yo, que no fumo, no quiero morir como si fuera un fumador empedernido. Yo, que no cometo excesos, no quiero morir de un enfisema pulmonar o de un envenenamiento progresivo de mi organismo porque respiro basura día y noche. Sí, igual que los jinetes de la noche de Mad Max, pero a la regiomontana y hablando en español.