Por Eloy Garza González
Es curiosa la relación entre Drácula y el coronavirus, más allá de que esta pandemia moderna nos la contagiaran los murciélagos (dato ese es completamente falso). La primera inspiración del personaje de Bram Stoker fue la plaga del cólera que asoló a Irlanda en 1832 (también la sufrimos ese mismo año en México y mermó varias ciudades incluyendo Monterrey).
De esa pandemia fue superviviente la madre del escritor, Charlotte Baker, quien estuvo a punto de migrar a EUA, y quizá de ahí hubiera brincado a México junto con los irlandeses que luego formaron el Batallón de San Patricio (imaginar a Bram Stoker como mexicano o incluso regiomontano, me amotina las neuronas, sobre todo porque curiosamente los mejores Dráculas del cine han sido mexicanos, comenzando por Germán Robles que no le pide nada a Bela Lugosi).
En aquella época, los enfermos morían a falta de remedios eficaces: nadie sabía cómo se trasmitía el nefando mal. La superstición (azuzado por el miedo, siempre imaginativo y creador) creyó que la enfermedad era un monstruo que atravesaba las paredes, entraba por debajo de las puertas y cerraduras, se colaba hasta los dormitorios, no hacía distinción de clases sociales, mordía a sus víctimas, envenenaba su organismo. Para rematar, les chupaba la vida. Así lo escribió doña Charlotte, la mamá de Bram Stoker, a petición de su propio hijo, en su libro “El horror del cólera”, publicado en 1875.
En Drácula encarnó esa superstición clínica: el vampiro atraviesa las paredes, se mete bajo las puertas, se cuela en los dormitorios, muerde a sus víctimas, les chupa la vida. Es un monstruo silencioso y sutil que te invade, siempre y cuando (y esto es muy importante), “lo invitemos por primera vez”. Actualmente, el cotonavirus, como entonces el cólera, se contagia “siempre y cuando lo invitemos por primera vez”. Y esa primera invitación es saludar a un enfermo o tocar por ejemplo, una cuchara recién contaminada. Igual Drácula.
Por cierto: ¿sabe el lector quién mata a Drácula? La ciencia y el feminismo. Les explicaré: la primera víctima de Drácula, en la novela de Bram Stoker, era Lucy, una pobre muchacha conservadora, convencional, frívola, sólo ansiosa de casarse y tener marido (lo pudo elegir entre un cazador, un aristócrata y un psiquiatra).
Mina Murray, en cambio, es una mujer liberal, independiente, autónoma, que no se deja seducir por el Conde y es la única que se le impone valientemente. Su inspiración principal son probablemente las sufragistas inglesas de esa época (les recomiendo ver la película de Netflix). Al final, junto con el doctor Van Helsing (arquetipo de la ciencia), Mina persigue al monstruo hasta su Castillo de Transilvania, y lo matan con una estaca.
El miedo a la pandemia, las pseudociencias, la heroicidad del feminismo, todo eso ya estaban en la novela de Bram Stoker, y en ese personaje chupasangre que es el más cool de todos los monstruos de la literatura universal.