En el siglo XIV, entre 1347 y 1353 la Yersinia Pestis , una infección llegada de Asia acabó con una mitad estimada de la población de Europa. La Peste Negra, como se le conoce, mató al diez por ciento de los alemanes de entonces y un número poco determinado de habitantes del norte de África. En el resto de la entonces Europa la mortandad fue enorme; al menos el cincuenta por ciento de los europeos murió. Hasta donde se sabe, fue la mayor pandemia que el mundo entero haya conocido. Algunos rescoldos de esa pandemia, que no desapareció del todo, llegaron en las carabelas de los conquistadores españoles a América, como llegó la viruela, la sífilis y otras linduras de la civilización. Estamos hablando de las ventajas del progreso.
Muy probablemente el año 2020 será recordado como el del coronavirus, precisamente por el avance de las comunicaciones y los desplazamientos.
Sin razón. Hasta la noche de anoche, no había más de cuatro mil muertos en todo el mundo por las fiebres pulmonares que el virus de referencia causa. La cifra es menor y no era necesario hacerla literalmente de tos. En torno a esta nueva peste se ha bordado infinidad de fábulas y fantasías; su origen en China le vincularía a una fábrica de armas biológicas y su morbilidad está relacionada a la indolencia de los gobiernos en el control higiénico. Tal vez lo único que sabemos es que el Covid19 es simplemente un virus que abate el sistema inmunológico que todos los humanos tenemos y fortalecemos con una vida sana y joven. Los que mueren de SIDA no mueren por sus prácticas sexuales sino porque el virus HIV les baja sus defensas naturales y no son capaces de vencer una pinche neumonía.
Lo indudable es que más que el virus devastador nos está destrozando el miedo a la difusión de su existencia. Se ha paralizado la industria turística; los viajes de cruceros por el Caribe y el Mediterráneo se han suspendido. Italia está aislada. China, que es la mayor fábrica de todo lo que consumimos, está quebrando. El gobierno de los Estados Unidos ha cancelado la entrada de todo aquel extranjero que venga de Europa. Todas las mañanas nos despertamos con la noticia de la caída de los índices bursátiles que, como la peste, llegan primero del Este. El capital de inversión es de las primeras víctimas fatales.
En todo el mundo está pasando algo, menos en México.
California es uno de los estados de Norteamérica en que se ha mostrado el mal de manera agresiva. La frontera entre Tijuana y San Diego es la más cruzada en todo el mundo. México confiesa tener, en voz del virtual secretario de Salud , Hugo López-Gatell Martínez, virtual delfín del presidente López que ha destronado mediáticamente al canciller Marcelo Ebrard Casaubón en las preferencias presidenciales, menos de dos docenas de casos del mal afamado virus. En Baja California no hay ninguno. Texas es otro de los estados con sospechosos de contagiados, junto con los estados de Washington, Nueva York y Florida. No hay indicios del mal en Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas, estados vecinos.
Es muy fácil de entender: cuando yo voy de Monterrey a Pharr, Texas, tengo que pasar un filtro migratorio y aduanal más o menos severo, porque voy con la cajuela vacía. Cuando regreso con la cajuela llena, la autoridad mexicana me deja –nos deja a todos- pasar como si nada. Si alguno agarramos el Covid19 o no, nos enteraremos cuando seamos estadística fatal.
El mal en sí no es grave; la paranoia sí. Lo que es peor es la desinformación que se ha fomentado desde el gobierno. No pasa nada, dice el presidente. Nos la pellizcan la devaluación del peso, la caída del precio del petróleo, el desplome del turismo –que después de las remesas de los paisanos es la principal fuente de ingresos de México- o la ausencia de inversión en infraestructura.
Miénteme más.
PILON: El Secretario de Gobierno del Estado de Nuevo León le mandó ayer un mensaje a los integrantes del Congreso Local. Que cuando quieran pleito, búsquense uno de su tamaño, porque a él le hacen los mandados con su amenaza de destitución.