Por Félix Cortés Camarillo
Ángel de mi guarda,
dulce compañía
no me desampares
ni de noche ni de día…
Canción del Ángel de mi Guarda
Justamente como el sol, la pandemia del coronavirus viene lentamente del Oriente; de esta suerte, la ciudad china en donde se originó toda esta peste se está deshaciendo de ella. En menor medida, la vieja Persia se comienza a recuperar y la Lombardía italiana ha logrado detener el tobogán de nuevas infecciones. Hasta el día de ayer el deshonroso demográfico primer lugar italiano en incremento de infecciones, ha estado pasando a España y Francia: ahí el virus llegó dos semanas después que a la devastada Milán. A los países de América, a donde el virus llegó dos semanas luego de Europa, nos espera lo peor al llegar el Viernes Santo.
Inmediatamente después de la Semana Santa, los mexicanos vamos a estar viviendo lo que los italianos y los españoles viven ahora: agotamiento y escasez de servidores de la sanidad, falta de camas y hospitales, hoteles vacíos de turistas convertidos en sanatorios improvisados. Cierre de fronteras y vuelos internacionales, prohibición casi absoluta de los desplazamientos en el país y exigencia –so pena de multa, cárcel o ambos- a quienes deambulen por las calles sin un salvoconducto que se los permita.
Independientemente de que las fallas de la estadística sean autógenas, o provocadas por la politiquería del momento, la pandemia del Covid-19 ha venido para quedarse y marcar un parteaguas en la historia de nuestra Humanidad. Pase lo que pase, cuando esto pase, la vida en el mundo va a ser totalmente diferente, aunque sé como, de la vida que habíamos vivido hasta enero del 2020. Me queda claro que esta crisis es pasajera, que saldremos de ella en algún momento y de alguna forma: no tengo idea precisamente de esa forma. Mucho menos puedo imaginar cómo será el México que van a vivir mis nietos.
El turismo ha dejado de existir en todo el mundo, siendo una actividad económicamente indispensable para la subsistencia de países como España, Francia, México o Italia, llevándose en su vendaval de fin de curso lo mismo a la industria hotelera la de los cruceros en alta mar o la gastronomía. El comercio está colapsado. Que le pregunten a la economía del sur de Texas o California –o a la franja fronteriza de los estados del Norte de México- sobre las consecuencias de las limitaciones en los cruces fronterizos entre México y Estados Unidos que los limitan a los “indispensables”.
Que le pregunten al Secretario de Hacienda de México sobre el impacto que la crisis económica de los Estados Unidos va a tener en el envío de remesas de los paisanos que en gran número se encargan de los servicios de hotelería y restaurantes y hoy están sin empleo y sin propina. Y así seguirán un rato.
Esa situación se manifiesta en todas las fronteras vivas del mundo. Todos los fenómenos están afectando a la población global.
Si yo no tengo idea de cómo vamos a salir de esta crisis en México, la administración del presidente López parece que sí la tiene. De hecho, como en todos los problemas individuales y colectivos, solamente hay dos manera de enfrentarlos: la racional y la mágica. La primera implica la aplicación de medidas inteligentes, radicales, precautorias primero y de sosiego y remedio después. La mágica tiene mucho que ver con la intervención de la Virgen de Guadalupe o alguna otra deidad de cualquier culto.
Por eso el presidente López nos presumió sus amuletos de Vade Retro Satan maldito, o del Angelito de la guarda, mi dulce compañías.
O, como dijo el filósofo de Güemes, estamos jodidos todos ustedes.
PARA LA MAÑANERA.- Con todo respeto, señor Presidente: ¿Le preguntó al señor Trump dónde va a comprar los respiradores que no hay en el mundo y que Trump está presionando a la General Motors para que en lugar de autos hagan esos aparatos indispensables?