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Por Eduardo Campos Sémeno

Diario del Coronavirus 008. 23 de marzo de 2020

375,792 infectados confirmados

                                                                            16,464 muertes reportadas 10:15 PM

La semana pasada, creo que fue el viernes, una persona que conozco me cuestionaba sobre la necesidad y la factibilidad del aislamiento social, no porque no entendiera el concepto o no estuviera de acuerdo en cuidarse, sino porque acababa de visitar a una conocida que –según le entendí—vive muy alejada del Primer Cuadro de Monterrey, por la Avenida Aztlán, más allá de donde acaba la Línea del Metro. Lejos, muy lejos, en un sector popular bastante poblado.

“Allá es otro mundo. Eso del aislamiento creo que ni lo conocen. Todos los niños andan en las calles jugando, los negocios y restaurantes están abiertos; hasta un antro tipo table. Me bajé del carro y casi me atropellan unos jóvenes muy divertidos, cuatro o cinco haciendo malabares arriba de una vieja motocicleta”, me dijo.

Por lo que se, los jóvenes no se cayeron de la moto, pero de acuerdo a la plática se me ocurrió que andaban en tal cercanía unos arriba de otros, que si uno cae con el coronavirus, ¡para abajo van todos!

Por eso no me extrañó cuando este lunes veo la portada de El Norte que da cuenta de cientos de ciudadanos abarrotando el Centro de la Ciudad y sus comercios, comiendo y comprando en puestos y carritos ambulantes, un domingo cualquiera de tumultuoso paseo familiar. ¿Cuál aislamiento? ¿Cuál coronavirus?

Durante el día no se hicieron esperar los debates en redes sociales –especialmente en grupos de Whatsapp– sobre esta discrepancia en la sociedad: unos ciudadanos muy aislados y otros aparentemente como si nada. De todo se opinó, pero me llamó la atención una frase que leí y que le receta un enfoque clasista a estas diferencias:

“Hay una idealización en boga sobre el encierro regiomontano clase-mediero ilustrado (hasta el estilo Early McAllen) que ni por equivocación se asoma al drama alrededor de los miserables que deambulan sin saber a dónde vender banderines, gorritas, mangos con chile y demás parafernalia ambulante”, escribió alguien.

Tremenda pieza de prosa social, pero –me pregunto—¿será esa la verdadera razón de las discrepancias? Conste que desde la segunda entrega de este diario ya destacaba yo la difícil situación en la que quedaban quienes por necesidad no podían darse el lujo de encerrarse. “La delgada línea entre aislarse y no comer”, titulé ese artículo.

Nadie ignora el peso de las de la carga económica para los millones que “viven al día”. Pero como que una cosa es arriesgarse por necesidad a salir a un trabajo diario de intendencia o albañilería y otra es esperar el fin de semana para dominguear tan agusto y quitado de pena.

¿Y qué me dicen de permitir a todos los niños y jóvenes andar en calles y parques  amontonados unos con otros en todo tipo de juegos? ¿Para eso se suspendieron las clases? ¿Evitaron aglomerar a estudiantes en aulas y patios de escuela para que se vayan a juntar igual en “recreos” de 10 horas continuas?

Desafortunadamente yo todavía no tengo una teoría que explique las discrepancias, aunque sí creo que no es sólo el factor económico.

¿Será la falta de información o la confusión? AMLO dice una cosa, Claudia Sheinbaum dice otra, los Alcaldes le tercian con otras opiniones. ¿Será que no hay una percepción clara de peligro? ¿Perjudican los Medios Masivos? ¿Ayudan las redes sociales? ¿Será que muchos no le temen a lo que se describe como una gripa agravada? ¿O tal vez es el famoso “valemadrismo” mexicano”?

No lo se, pero este diario es precisamente para ir describiendo y tratando de entender estos tiempos inéditos. Así es que seguiremos informando.

Como siempre, comentarios dirigirlos a ecampos50@gmail.com o en Facebook en la página Diario del Coronavirus o con el user @eduardocampossemeno.

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Vía / Autor:

Eduardo Campos

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Autor: stafflostubos
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