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Por Félix Cortés Camarillo

Todos los mexicanos, bueno la mayoría consciente, estamos en un voluntario reclusorio que ha sacado –como todos los reclusorios– lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Estamos aprendiendo a convivir con esos extraños que viven al lado, porque somos cautivos del mismo guardián. A regañadientes, los mexicanos nos ponemos un caro cubrebocas convencidos de que no sirve para nada, porque la autoridad nos ha dicho eso y lo contrario un día sí y otro también. Vamos al super, aunque no se necesite, para sentirnos ejerciendo la libertad constitucional de transitar. Nunca nos habíamos imaginado que la teníamos. En otros países, cuando los jóvenes descubren que su vecino o vecina está ya en el tercer piso de la vida, se ofrecen a hacerle la compra y traérsela a casa. En España e Italia salen a los balcones cada noche a cantar, aplaudir a los enfermeros, médicos, policías, bomberos o recogedores de basura por su heroísmo, y agradecerles por ello.

            En México eso no pasa. Hay demasiados testimonios de personal médico discriminado en los lugares comunes o francamente agredidos verbal y físicamente. El angustioso llamado del presidente López para que se inscriban voluntarios médicos y enfermeros a la fuerza de choque que está dando de sí a pesar del supuestamente atractivo sueldo de mil quinientos dólares al mes, no está dando resultado. Ello, a pesar de que cuando todo esto pase lo que no va a haber son trabajos. A cualquier salario.

            El incremento en la violencia intrafamiliar es muy comprensible: es demasiada cercanía desusada para aguantarla. Un muchacho sicópata de mi vecindario mató de cuatro cuchilladas en la panza a su padre porque lo trataba mal. Otro padrastro le dio de golpes a la hija de su mujer hasta que le destrozó la columna vertebral y las entrañas. La madre guardó el prudente silencio hasta que todo se supo, y es cómplice.

            En las últimas semanas me han acostumbrado a dudar de todos los datos que provengan de la autoridad: luego salen con el método Centinela para documentar sus mentiras. Por eso no tomen en serio estos datos, porque son oficiales.

            En nuestro país hay once reclusorios que retienen delincuentes hombres, dos cárceles de mujeres. Ese total de 13 reclusorios tiene de huéspedes un total de 25,041 reclusos. De ellos, más o menos una cuarta parte –5,541– son reos en proceso. Esto quiere decir que no han sido hallados culpables y condenados en consecuencia; en otras palabras, algunos pueden ser totalmente inocentes.

            ¿Qué pasa con ellos en esta peor epidemia que hemos vivido en nuestras historia reciente? ¿Qué pasa con los otros reos que ya fueron encontrados culpables y condenados a perder su libertad?

            Yo nunca he estado dentro de una penitenciaría mexicana ni sueño con estarlo. De todas maneras, estoy muy al tanto, por abundantes reportes de mis compañeros periodistas, de las condiciones en que ahí se viva. A escala monumental, es una reproducción del mundo de afuera: el que tiene dinero vive bien, y el que no lo tiene le sirve. Las celdas diseñadas para cuatro personas alojan a veinte y los satisfactores más esenciales para la supervivencia, como el jabón de ropa, cuerpo y alma, tiene que ser traído por los familiares en su visita familiar o comprados dentro a precios increíbles. Hay, desde luego, presos de primera, con bar bien surtido, visitas de putas y comida a la carta. Igual que afuera.

            La mera noción de respetar dentro del penal algo que se parezca a un cubrebocas o a la sana distancia es un chiste cruel. Si no nos han contado lo que está pasando con el Covid 19 en nuestros penales es porque son consecuentes con la política de comunicación de los gobiernos a todos los niveles.

PILON.- No le conocía yo habilidades de matemático o pitoniso al gobernador Jaime Heliodoro. Ahora resulta que, por artes desconocidas, puede predecir que siete de cada cien infectados en el estado de Nuevo León van a morir. Cuando lo vea le preguntaré de qué lado de la ecuación me tocó.

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: Félix Cortés Camarillo
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