Por Eloy Garza González
En 1989 invitaron a Mario Vargas Llosa a la UNAM. Don Antonio Alatorre que era un sabio de la filología, pero también era muy mula, nos dijo en clase que quien hubiera leído todas las novelas de Vargas Llosa, iría a recoger a su hotel al escritor para llevarlo al auditorio.
Yo (para variar), di un paso al frente, le dije que había leído todo del peruano, desde sus obras maestras hasta sus novelas más chafas y me designó Lazarillo oficial.
No hubiera aceptado. Vargas Llosa, aún antes del Nobel, era un déspota y un mamón de primera; me trajo de acá para allá como su vil chalán y yo pensé: «híjole, este se cree el Luis Miguel de la Literatura, porque se la pasa pidiendo cosas como si fuera artista de televisión». En cambio Patricia Llosa, su mujer, esposa, prima, asistente, confidente y “resuélvele todo” oficial, sí era más alivianada.
Al día siguiente me fui con la queja a don Antonio que me recibió muerto de risa: «ya ves, por andar de ofrecido y pendejo, quién te manda leer a Mario en lugar de Calderón, Lope o Góngora». Y yo le respondí: «Pues sí los leo, pero esos están ya muertos, don Antonio, y yo quería quedar bien con Vargas Llosa». O sea, aparte de atarantado, lambiscón.
Recordé esta anécdota personal ahora que leo el artículo recién publicado por Mario Vargas Llosa en El País: “En favor de Pérez Galdós” (19/4/2020):
Como lector, Vargas Llosa nos ha dado los mejores libros sobre autores de literatura en la época contemporánea. Además de estupendo novelista (uno de los grandes de la lengua castellana), es un crítico bien informado y meticuloso. Nos hizo leer con otros ojos a Víctor Hugo, Flaubert y Onetti, entre otros.
Sus análisis de novelas recopiladas en La verdad de las mentiras (1990), son pequeñas perlas refulgentes. Yo lo he usado como base para leer lo mismo a Faulkner que a Alberto Moravia.
Pero en este artículo reciente, Vargas Llosa dice que a él no le gusta Marcel Proust que es quizá el más grande prosista de la lengua francesa y que durante muchos años ocultó esa animadversión. “Confieso que lo he leído a remolones; me costó trabajo terminar En busca del tiempo perdido, obra interminable, y lo hice a duras penas, disgustado con sus larguísimas frases, la frivolidad de su autor, su mundo pequeñito y egoísta, y, sobre todo, sus paredes de corcho, construidas para no distraerse oyendo los ruidos del mundo (que a mí me gustan tanto)”.
Este rechazo de Vargas Llosa por Proust es respetable aunque a mi me resulta superficial y vano. Yo por ejemplo, no aguanto mucho las novelas históricas del español Perez Galdós, aunque sea el mejor novelista en español de finales del siglo XIX. Prefiero mil veces a Ramón María Del Valle – Inclán, dueño de una prosa deslumbrante y una estructura narrativa que sigue muy vigente, especialmente con su novela La corte de los milagros (1927) que es como si sucediera en el México moderno: secuestros, juniors desatados y unos políticos que son expertos en intrigas tenebrosas y en tirar piedras y esconder la mano.
Sin embargo, lo que sigue diciendo en su artículo Vargas Llosa sí es una majadería: “Me temo que si yo hubiera sido lector de Gallimard cuando Proust presentó su manuscrito, tal vez hubiera desaconsejado su publicación, como hizo André Gide”. Gallimard era la editorial francesa más poderosa de aquellos años.
Vargas Llosa fue durante toda su vida un defensor de la libertad de prensa y de publicación. Advertir con tanto desparpajo que él, de haber podido, hubiera negado al mundo la obra de Marcel Proust, es un despropósito, que casi raya en la censura mentecata.
No podría justificar este error de juicio de Vargas Llosa en razón de su edad (tiene 84 años). Tengo varios amigos octogenarios cuyas opiniones siguen tan frescas y lozanas como cuando eran jóvenes y aprende uno mucho de ellos.
Pero sí supongo que Vargas Llosa debería pensar dos veces lo que escribe, antes de someterse a los deslices de sus perezas ocasionales. Todos las tenemos (en mayor o mejor medida), pero no nos inspiran a censurar la lectura de Marcel Proust, uno de los escritores canónicos de la literatura universal, como también lo es, a no dudarlo, el maestro Mario Vargas Llosa.