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Un soldado en cada hijo te dio

Por Félix Cortés Camarillo

Por razones fácilmente comprensibles, una de las instituciones más respetadas y queridas por los mexicanos, después de la Virgen de Guadalupe, son sus fuerzas armadas. Inventadas a partir del caos que dejó la llamada Revolución Mexicana por el presidente Carranza, resultó ser una salida a uno de los problemas sociales mayores del naciente Estado: la falta de trabajo. La migración reciente de los campesinos sin tierra hacia los centros urbanos que comenzaban aportaba miles de jóvenes que todavía no podían ser absorbidos por una industria que apenas sacaba la cabeza. El oficio militar era una buena opción.

            De esa marginación de inicio derivó una discriminación cruenta. Les decíamos “los sardos”, y el consumo inicial de la mariguana se atribuía, cuando los jóvenes que iban a ser fifís todavía no aparecían en los textos de Carlos Fuentes, exclusivamente a los hombres de verde olivo. Una mezcla de admiración y miedo se traducía al respeto que los soldados provocaban en los desfiles de septiembre. La aparición de los uniformados en las manifestaciones públicas de protesta se traducía inmediatamente en respetuoso repliegue.

            En el subconsciente colectivo estaba muy claro –y lo sigue estando– que los soldados mexicanos son pueblo en uniforme. Provienen de las clases más humildes y entregan lo único que tienen que es su fuerza y su disciplina a lo que se les ordena.

            De esa suerte, en los decenios en que nuestro subcontinente resolvía sus conflictos políticos frecuentes por el camino de los golpes de Estado, el “quítate tú para ponerme yo”, los soldados mexicanos, más bien dicho sus mandos, pudieron presumir siempre de una lealtad impecable al presidente de la república, históricamente grabada en la escolta de la lealtad a Francisco I. Madero. Si en algún momento de la historia del siglo pasado –por decir algo, en 1968– hubo alguna tentación por parte de los generales para hacerse del poder, algo que escapa a mi comprensión les mantuvo y les contuvo.

            De lo que no cabe duda es que las fuerzas armadas son una sólida institución en la que podemos confiar.

            Tal vez por ello mismo, el decreto del presidente López que encarga a los soldados el orden público, la vigilancia de nuestra seguridad en las calles, decisión que no es nueva pero sí renovada, ha despertado una inquietud política que nos debe preocupar. La voz que se corre por las calles es la de una militarización de nuestras vidas.

            Se comprende; el presidente López ha hecho descansar importantes funciones en los hombres de uniforme verde. Son ellos los que están construyendo y van a operar el controversial aeropuerto Felipe Ángeles en lugar del magno de Texcoco y son ellos los que están transformando hospitales locales en sedes para la atención de la pandemia del Covid 19. Ahora se les entrega, por cinco años, las llaves de nuestras calles, la seguridad de nuestras vidas y patrimonio.

            El hecho no es nimiedad. Se trata de la confesión no pronunciada del fracaso de la Guardia Nacional, un invento fallido que pretendía copiar la gendarmería francesa o la Guardia Civil española. Con el pequeño detalle de que sólo se les puso otros uniformes a los soldados, sin haberlos capacitado profesionalmente para ser policías.

            Que es lo que está pasando ahora con esta “militarización”. Los soldados no son policías ni están capacitados para serlo. La transformación de las fuerzas del orden público no es cuestión de un día para otro. Ni es tarea fácil. Nos viene un período difícil, en el que los soldados no van a estar ajenos al fenómeno nacional que se llama corrupción. O sea que el remedio puede ser peor que la enfermedad.

PREGUNTA PARA LA MAÑANERA, porque no puedo entrar sin tapabocas.: Señor Presidente, con todo respeto: Ante la presencia de contagios entre su personal de Palacio, ¿no debiera considerar la posibilidad de hacer sus mañaneras por la vía virtual? Tendría mejor rating.

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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