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El sistema nación no está bien

Por Carlos Chavarría

A medida que va creciendo nuestro país y la complejidad rodea todo, queda más en evidencia que nuestras formas de gestionar lo que nos compete y afecta a todos, hasta lo más cotidiano, ya llegaron a sus límites.

A pesar de que, según nuestra Constitución, México es gobernado por medio de una democracia participativa y deliberativa, en la realidad el sistema de gobierno es de un solo hombre que concentra todo el poder y todas las decisiones.

No obstante que en la forma operan toda una serie dependencias y aparatos organizacionales, ello no es afirmativo de un proceso de decisiones ortodoxo, que se sustente en datos verificables y hechos constatables. Solo se dispersa aquella información útil para la grilla.

Aún cuando el gobierno está integrado por personas con un currículum y experiencia profesional suficiente para cumplir con sus funciones, nunca sabremos hasta dónde las estrategias y acciones recomendadas por esos expertos están sometidas a la voluntad presidencial, sea por represión de la propia organización, la omisión de la crítica interna o por simple cinismo acomodaticio.

El país ya no puede seguir expuesto a que estemos esperando a que toque un “bueno o malo” en la presidencia para resolver los problemas cuyas causas-raíz son bien conocidas, pero que no se resuelven por razones solo explicables por mantener una agenda bien conocida y con gran clientela electoral, como es el caso de la pobreza.

El sistema no está bien cuando la redistribución de beneficios depende de la voluntad presidencial en la forma de entregas en efectivo cuando lo que es urgente y apropiado es una revolución educativa y la promoción de la inversión en tantas áreas potenciales que tiene nuestro México.

Si en realidad fuéramos un país de instituciones, las prácticas y procesos de gobierno estarían orientadas a resultados y solución de problemas, todo articulado por una visión de futuro aceptada, coherente y sólida, y no tanto por las ocurrencias o reacciones emergentes de un grupo o facción en el poder, del color que sea.

La única y mejor manera de construir la confianza, es cuando un  gobierno se conduce con certidumbre, cuando es previsible porque se ajusta a las leyes vigentes y a la ortodoxia, porque no experimenta con soluciones ya probadas como erróneas, inútiles y perjudiciales.

No puede estar bien un sistema de gobierno que contradice su propio discurso de austeridad cuando al mismo tiempo premia la ineficencia y despilfarro en las empresas del Estado y en los  servicios que vende a la comunidad, y cuyas decisiones son a todas luces poco costo efectivas. Cuando al mismo tiempo castiga a todas la unidades económicas  privadas fortaleciendo las restricciones que surgen en medio de las crisis que se conjuntaron en la actualidad.

Debe haber algo mal con nuestro sistema, habida cuenta de un Poder Legislativo que no tiene conciencia  y se somete con chocante facilidad a visiones nacionales sin forma y cuyo fondo es nada más que la anarquía y la ruptura como método de consolidación de grupos de interés.

No puede ser un sistema estable y productivo cuando todos los procesos son diseñados y gestionados en base a la desconfianza que da como resultado un estructura obesa, diletante y muy costosa. Algo debe estar muy mal cuando 60% de la actividad económica trabaja en la informalidad.

El sistema nación no puede aspirar a funcionar cuando pequeños grupos y sus líderes, dentro y fuera del poder público, en su muy escasa capacidad negociadora y sus muy egoístas intereses, tienen al país sumido en la división y esperando la debacle.

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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