Por Guillermo Colín
El secretario De la O, conocido de los regiomontanos por su perversidad (intentó llenar la Macroplaza con tráilers refrigeradores llenos de cadáveres COVID, para “escarmiento” de la población) no dio más detalles, con lo que añadió a su historial más incógnitas que respuestas sobre el particular. ¿A que obedeció el escueto anuncio? ¿Qué fin pretendía? ¿Inducir más pánico entre la población? ¿Comunicar que si los médicos jóvenes sucumben, qué puede esperar al resto? ¿Citar una muerte sólo porqué se le ocurrió hacerlo para llenar telediarios ávidos de escándalo y amarillismo?
Más aún el silencio omiso del secretario prolonga la extravagancia: ¿porqué no detalló De la O la causa de su fallecimiento? Y ¿qué tratamiento recibió ese joven médico y al cual se supone que no respondió? El asunto sería anecdótico si no fuera un boomerang que se auto dirige al encargado de la Salud Pública en NL. ¿Por qué no da a conocer la cifra diaria de recuperados bajo determinados tratamientos?
Descubre preguntas cuya respuesta postergada revela una presunta negligencia criminal de la Secretaría a su cargo: ¿porqué se están muriendo tantos pacientes en los hospitales del estado a su cargo?
No tiene vuelta de hoja la pertinencia de formularla, habida cuenta que por el mismo lapso de pandemia, en los hospitales COVID a cargo del Ejército mexicano, la tasa de fallecimientos ha sido 0. Cero. Además con cero pacientes intubados.
¿Dónde está en ello la injerencia del hasta hoy casi invisible Consejo de Salubridad General, con 103 años de antigüedad que constitucionalmente es la máxima autoridad sanitaria, rectora de políticas públicas en el país, y no sólo el subsecretario López Gatell?
Si el Ejército tiene esa tasa en sus instalaciones sanitarias ¿por qué no puede ser la misma en el resto de hospitales del país? Su experiencia hace ver de manera irrefutable que con o sin morbilidad no está escrito en piedra que un paciente COVID fallezca. Y no sólo uno, ninguno.
El asunto escala obviamente hasta a nivel nacional donde ni el presidente ni su subsecretario López Gatell en apariencia se la han formulado: ¿por qué si en los hospitales del Ejército la tasa de defunciones es cero, no ha habido hasta ahora una indagación oficial de cuál es el motivo de que esto sea así y aplicarlo de inmediato a los demás? (sería ilusorio esperar tal indagatoria del periodismo nacional nunca tan pobre como ahora).
De la O lo sabe, pero transgrede su juramento hipocrático deliberadamente al no dar a conocer que ahora mismo hay dos o tres fármacos muy asequibles cuya utilización terapéutica está salvando vidas en otras partes fuera de su jurisdicción: el Ibuprofeno, el Dióxido de Cloro, la Dexametasona y la Invermectina. Este último ya fue aprobado la semana pasada por el gobierno boliviano y es completamente legal su aplicación en ese país.
De la O en cambio prefiere faltar a la verdad al decir que en Nuevo León “su utilización todavía está en etapa de investigación” y no lo recomienda ni admite a pesar de que el desparasitante Invermectina, de uso originalmente veterinario, tenga resultados espectaculares. Valga decir de paso que no sería la primera vez en la historia farmacológica que un medicamento en principio orientado a curar algún padecimiento, en el camino se haya descubierto mejor para otro (caso paradigmático el del Viagra pensado para quienes padecen hipertensión).
Así mientras en los hospitales de De la O, los pacientes mueren casi de manera irremisible, en la que para algunos es la aborrecida Bolivia de Evo Morales (pero también en Cuba, Ecuador y República de El Salvador) le ganan la partida entre otras regiones a México en general y a NL en particular. El país andino al parecer muestra que tiene mejores universidades y centros de investigación pública y privada que Monterrey la que en su provincialismo ni por enterada se da.
En la omisión de la indagatoria el gobierno federal de la 4T desde luego carga su parte que no debería soportar un minuto más si tan sólo quisiera enterarse de las soluciones alternativas, que las hay, y prosigue en cambio con su consabida cauda de remedios inútiles: confinamiento a costa de buena parte de la vida futura, lavado obsesivo y compulsivo de manos y uso obligatorio (e inútil) de cubrebocas.
El resto de la sociedad permanece inerme sin formularse preguntas perentorias que debería estarse haciendo con ánimo de recuperar la sensatez colectiva en lugar de obedecer irreflexivamente que un virus microscópico puede ser detenido en el aire por un cubrebocas cuyo entretejido tiene varias veces el diámetro del virus que tiene hoy hincada a la humanidad, en mucho por “talibanes de la salud” que explotan el síndrome borreguil que se deja conducir dócilmente al precipicio en forma suicida.