Por Joaquín Hurtado
Ya vi Guapis (Mignonnes), película que está provocando ronchas, guerritas y soponcios censores en las mentes estrechas, así como en las cabecitas liberales que siguen el juego a lo políticamente correcto.
Acierta como documento de denuncia sobre el rol subalterno y objetualización del cuerpo femenino. Es entretenida como melodrama construido con lugares comunes, musicalizado con reguetón en las zonas marginales de Francia.
El escozor moralino lo produce la intensa pasarela de infantas precozmente erotizadas. A nadie deja frío el contoneo lascivo de las prepubertas, pero no es nada nuevo en una sociedad como la nuestra cuya doble moral repudia y a la vez incita el despertar prematuro a una sexualidad distorsionada, orientada a lo meramente ornamental y reproductivo.
Es un film nada pretencioso, con toques autobiográficos de su directora, quien pertenece a una familia migrante africana que tiene la osadía de polemizar sobre el mito de la inocencia sensual de los menores, pero que agarra por los cuernos el espinoso tema de la hipersexualización de los cuerpos infantiles.
Yo la vería y la comentaría con mis hijos, hijas y alumnado adolescente. Estreno en Netflix.