Por Félix Cortés Camarillo
Los partes médicos del estado de Covid 19 del presidente Donald Trump son confusos como deben ser porque son razón de Estado. Uno dice que está estable y que el lunes sale del hospital militar; otro dice que su índice de oxígeno es más bajo de los 84, lo cual no es preocupante en extremo. Pero ¿quién le cree a los boletines oficiales?
Hace muchos años, era 1953, un diario de la ciudad de México hizo historia con una portada que simplemente decía en letras pesadas YA. Todo mundo entendimos que en Moscú había muerto ya Yosip Vissarionovich Dyugasvili, alias José Stalin, el tirano de la Unión Soviética.
Luego se supo que el líder comunista había muerto dos o tres días antes y que la noticia se había ocultado en primerísimo lugar para permitir al comité central del partido comunista de la URSS decidir o negociar el nombre de su sucesor, que resultó ser Nikita Sergueievich Jrushov, que en el congreso veinte del partido comunista de su imperio denunció los abusos de Stalin e inauguró lo que luego llamaríamos perestroika, que tuvo que andar muy largo camino en el cual se atravesó la invasión de Checoslovaquia en 1968, que yo viví plena y gozosamente.
Eso es historia, desde luego, pero no hay que olvidarla.
La muerte de los jefes de Estado provocan naturalmente inquietudes generalizadas.
La vida de ellos hace brotar a veces deseos viscerales.
A propósito de Donald Trump he escuchado frases como “que se muera”.
Los que hemos crecido en la cultura judeo cristiana no aceptamos el concepto moral de desearle la muerte a otro. No matarás, dice uno de los diez mandamientos, implicando que no puedes desear o propiciar la muerto de otro.
Pero estábamos hablando de la eventualidad de que el presidente de los Estados Unidos no pudiere cumplir con sus funciones a plenitud. A pesar de que la constitución norteamericana es suficientemente clara en esa circunstancia -Lyndon B. Johnson protestó como nuevo presidente a bordo del avión que lo llevaba a Washington luego del atentado que mató a John F. Kennedy- el momento actual, en donde falta menos de un mes para la elección presidencial, le hace diferente.
Ni lo mande Dios.
Todos nos hemos de morir en el momento en que esté determinado. Ojalá que la ciencia médica norteamericana pueda sacar al señor Trump de este trance. Albert Einstein dijo, a propósito del origen de las especies, que Dios no jugaba a los dados con la Humanidad. Ha de ser así.
Ahora, de que Donald Trump no nos cae bien a muchos mexicanos, no nos cae bien.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, Señor Presidente, ¿Hasta cuando las policías y los militares y los agentes de migración van a seguir siendo operadores de la política represiva de Donald Trump contra la migración? Tiene razón el pelipintado: los mexicanos hemos hecho -y pagado por- su muro migratorio. Nada más que lo transportaron, señor Presidente, a la frontera sur del país, desde donde estamos regresando a los hondureños y guatemaltecos que sueñan con vivir el mundo de Trump.
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