Por Eloy Garza
El primer libro que compré siendo adolescente, se titulaba “Yo, etcétera”, un conjunto de relatos de Susan Sontag que se resistía a cualquier etiqueta. Lo compré por la foto de la portada y lo leí a lo largo de dos días sin dormir.
Yo amaba a las grandes divas del cine, pero ahora tenía frente a mí a una poderosa diva intelectual, vestida de negro, con pantalón y botas, cabellera salvaje; en posición retadora y provocativa, lésbica y arrogante.
La teoría “camp” de la Sontag venía a decir que el arte “altamente serio”, entronca con la cultura popular. Sontag no creaba un sistema filosófico, simplemente me decía a mí como lector: “mira esto, mira aquello, mira lo otro”.
A eso se refería ella cuando hablaba del erotismo del conocimiento. Así podemos comprender la profundidad de su consejo: “la verdad es lo que se dice, no lo que se sabe”.
Traigo a cuento a Susan Sontag por un ensayo que publicó en los años sesenta: “La imaginación del desastre”. A Sontag le gustaban las malas películas de ciencia ficción (le hubieran encantado las del Santo).
En este ensayo. Sontag dice que vivimos bajo una doble amenaza, dos caras igualmente terribles y aparentemente opuestas: la banalidad incansable y el terror inconcebible.
La fantasía hace que la mayoría de nosotros toleremos a estos espectros gemelos. Sin embargo, lo que no dice Sontag es que la fantasía mal asumida, también puede alimentar la banalidad generalizada y el terror colectivo. Entonces la imaginación se vuelca en contra de nosotros mismos.
Saque el lector sus propias conclusiones de las ideas de Sontag sobre la banalidad en la política actual (un subgénero de las malas películas de ciencia ficción) y sobre el enfrentamiento de AMLO, FRENAAA y otros espectros del mismo tenor.