Por Carlos Chavarría
Cada seis años tratamos de reinventar nuestras ciudades, todo sigue en el mismo derrotero hacia el desorden y la descomposición del espacio urbano. Cada nueva administración estatal y las municipales lo primero que hacen es un nuevo plan y desechan los anteriores.
El resultado es palpable: planeamos muy bien las ciudades pero las gestionamos mal. Los problemas se acumulan y cada vez el pasivo urbanístico es mayor.
En realidad quienes gestionan las ciudades son los desarrolladores de las tierras y los dueños del espacio urbano. Las autoridades “reguladoras” tienen éxito siempre y cuando la rentabilidad privada de los propietarios de las tierras, aun de los que poseen tierras ya impactadas pero que registran un patrón de cambio de uso de suelos sin control.
Disponemos de suficiente talento urbanístico, pero es una lástima porque esos excelentes urbanistas no gestionan el desarrollo.
Los planes de desarrollo urbano son estudios muy completos, sus análisis y conclusiones tienen sustento en la realidad imperante en cada ocasión que se elaboran, pero les falta un solo capítulo: la evaluación y búsqueda de las causas por las que el plan anterior no se cumplió.
Los ciudadanos saben que sus ciudades están cada vez peor y así lo registran los indicadores de gestión que con toda crudeza se presentan en cada nuevo plan y armar el apartado de recomendaciones a los municipios y al poder legislativo, los cuales tienen la responsabilidad de los resultados reales alcanzados.
Aunque es bien sabido que nada se arregla sin la participación ciudadana y hay muy admirables ejemplos de la misma en el tema de recuperación de espacios urbanos para devolverles su escala humana, por desgracia no es la norma y el ostracismo y oposición de las propias autoridades reguladoras ante el involucramiento de la sociedad, también es la norma habitual.
Cuando llega el momento de la ejecución aparece la danza de la corrupción, los millones, el amiguismo, la negociación a escondidas, el equivocarse adrede y los amparos resultantes y en suma el “no-hacer-nada”, excepto más planes.