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México y la elección en Venezuela

Por Carlos Chavarría

Hubo de nuevo elecciones en Venezuela y ganó el chavismo encabezado por Maduro. Es difícil de creer que en pleno siglo XXI se vote por sistemas de gobierno del más rancio estalinismo. El estancamiento de la evolución política de ese país se ha convertido en el bastión de negociación de China, Rusia e Irán contra los EEUU. Los primeros sostienen la economía venezolana y su régimen, mientras el segundo hace como que bloquea su comercio, tal como ocurre con Cuba, en tanto el pueblo sufre. Así no existe solución democrática y/o política posible.

Tal condición ha sido condenada por la mayoría de los países que integran la OEA, excepto aquellos que tienen clara afinidad con el socialismo del siglo XXI, como Bolivia y Argentina, y otros que se abstienen de votar y así, con discreción indican un apoyo soterrado, México es de estos últimos.

En una suerte de nueva Guerra Fría, las grandes potencias en una nueva y descarada bipolaridad someten al pueblo venezolano y las resoluciones de la OEA invitan a que todos los países en pugna sobre suelo americano saquen sus manos y dejen de intervenir a favor o en contra de uno u otro partido, tal y como ocurrió cuando la crisis de los misiles de Cuba.

México ya no es parte del enanismo que marco su diplomacia del Siglo XX y que lo llevo a tratar de mantenerse al margen de diversos conflictos usando la Doctrina Estrada con la debida flexibilidad, en casos tales como Viet-Nam, Cuba, Chile, Nicaragua, El Salvador, etcétera.

La doctrina de México es liberal y democrática, no somos un país socialista y ha costado demasiado el llegar a la estabilidad que disfrutamos para que de manera accidentada, torpe y fuera de tiempo y lugar tengamos fricciones por no afirmarnos como lo describe nuestra Carta Magna.

En tanto el presidente mantenga tan ambiguas posiciones frente a ideologías antagónicas, como son el liberalismo mexicano alineado con el capitalismo occidental, frente al socialismo del siglo XXI, México estará en riesgo de caer en contradicciones diplomáticas serias con los EEUU y otros países, que a no dudar, significarán nuevos retrocesos para el país.

López Obrador no es un estadista. Es un agitador profesional producto de la descomposición del régimen priista de los 70’s del siglo pasado, que supo aprovechar los vacíos dejados por una clase política en franca retirada de su partido, causada por el abandono de la amplia participación del Estado en la economía y la sujeción del estatismo presidencialista a controles institucionales más relevantes.

El discurso de izquierda no fue sino un medio de aglutinación de intereses diversos hasta la formación de un frente de acción marcado por el pragmatismo “Volvo-de-Noroña” para recuperar los espacios abandonados por el PRI ante su muy obvio y natural reposicionamiento hacia el liberalismo, forzados por sus muy numerosos fracasos económicos y corrupción endémica.

Hoy, un día si y otros también, variados rostros del régimen en el poder mandan señales políticamente incoherentes acerca de diferentes temas. Con un presidente que se creó compromisos con todas las corrientes, no sabemos si sus vicarios actúan de buena o mala fe, o solo es el impulso de parecer diferentes aunque trastornen la imagen y futuro del país.

La polarización y los desvaríos de la clase política imperante conducen a que la ciudadanía olvide que somos parte de las 20 naciones más importantes para la economía mundial, situación que alcanzamos gracias a la seriedad, consistencia y determinación con la que enfrentamos nuestros problemas del pasado, porque entendimos el contexto geopolítico del que formamos parte que no perdona la violación de las reglas, escritas y no escritas, de un orden que ahí está y no se detiene por veleidades.

“…la política es el arte de lo posible, la ciencia de lo relativo.” // Henry Kissinger,  

Fuente:

Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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