Por José Jaime Ruiz
“¿Es posible una ética legislativa?”, se pregunta Dennis F. Thompson en su libro La ética política y el ejercicio de cargos públicos” (Gedisa). Vayamos a sus reflexiones.
*Las dudas suscitadas por la pregunta calan más hondo que el cinismo habitual manifestado contra los políticos.
*La codicia y la ambición de algunos legisladores, así como las de otros funcionarios que ejercen el poder político, obstaculizan indudablemente la búsqueda de la ética en la vida pública.
*El dilema de los legisladores es especialmente desconcertante no sólo por la relación con sus electores, sino por la que mantienen con sus colegas.
*Comparados con los administradores y con la mayoría de los funcionarios del poder ejecutivo, los legisladores gozan de más independencia respecto a sus pares.
*Comparados con los jueces y con ciertos funcionarios de la rama ejecutiva, necesitan de sus colegas para cumplir con su función específica y no pueden legislar en absoluto sin su cooperación. De modo que se controlan menos unos a otros y al mismo tiempo se necesitan más.
*Esta tensión adicional dentro de la relación colegiada complica aún más el problema de la ética legislativa. Significa que éste no puede ser resuelto –y ni siquiera comprendido– considerando a los legisladores aislados de sus colegas, sea como individuos solos, como individuos en relación con los electores o como individuos en relación con principios.
*Algunos legisladores invocan las naciones de delegado y fideicomisario para legitimar sus actividades ante sí mismos y ante sus electores. Pero muchos no se consideran ni delegados ni fideicomisarios y se niegan experimentar en carne propia el conflicto entre ambos papeles.
*Suponen que ellos y su electorado piensan en la misma forma y no ven el sentido de establecer una distinción entre ejercer el propio juicio y seguir los deseos de los electores.
*En cierta ocasión, un politólogo preguntó a los miembros del Congreso si actuaban como delegados o fideicomisarios, y recibió las siguientes respuestas: “¿Quién piensa en cuestiones tan estúpidas?” y “Me niego a contestar preguntas propias de la escuela secundaria”.
*¿En qué condiciones y por qué razón puede actuar un agente más allá de los deseos de un superior o incluso contrariándolos?
*Otra dimensión del papel de representante no tiene en cuenta cómo los ciudadanos deben estar representados, sino qué ciudadanos deben estarlo.
*Si se considera que los legisladores interactúan ente sí e interactúan con sus electores se comprenderá más cabalmente el conflicto entre las demandas del papel que desempeñan y las exigencias éticas.
*A juicio de Bentham, la única manera de averiguar lo que redunda en beneficio del público (su noción de bien común) es que cada representante exprese las opiniones de sus electores. Pero dado que esas opiniones pueden ser erróneas, los representantes deben ser capaces de actuar según su propia visión del interés público. Bentham resuelve estas demandas contradictorias impuestas al representante valiéndose de una de sus estratagemas características: el representante hablará según su propia concepción del interés público pero votará según su concepción de sus electores.
*Un defecto persistente de los sistemas representativos liberales es el descuido por los intereses de los ciudadanos que no pueden ejercer presión con sus reclamos, o que no lo hacen tan eficazmente como los ciudadanos con mayores recursos.