Por Carlos Chavarría
A mí no me importa que algún funcionario público se vaya de vacaciones al infierno si eso quiere y siempre he pensado que es un amarillismo de lo más vulgar el exhibir cualquier dimensión de la vida privada de todo ser humano.
Tampoco me importa si en todos los países del mundo están haciendo tal o cual cosa como vía para justificar el estado actual de cosas en nuestra sociedad. Menos pienso que despedir a un funcionario porque estando a cargo de alguna función su modo de actuar sea contradictorio con lo que se espera de él.
A mí me importan los resultados y resulta que en todos los países del mundo, incluido el nuestro, la gestión de nuestras capacidades para enfrentar y vencer la pandemia de COVID ha dado pésimos resultados y la causa raíz está en la poca influencia real que ha tenido la comunicación social o de masas sobre la conducta de la gente a la que ahora se culpa de no hacer caso cuando la propia conducta de los funcionarios que están a cargo de la gestión lo que crea es confusión y poca credibilidad en la gravedad del momento.
Cuando se manejan números hay que considerar la importancia psicológica que tiene el proceso de discriminación que hacemos los seres humanos basándonos en cifras.
Cuando desde el gobierno se dice que “mata mucha más gente la influenza estacional cada año” que el COVID, para algo que está entre nosotros desde hace mucho tiempo, hace parecer que el COVID es mas fácil de transitar.
Expresiones como: “…un 80% de los contagiados ni siquiera tendrán síntomas”, “…el índice de letalidad del COVID es sumamente bajo”, “…solo ha fallecido el 8.24% de los casos de contagio con COVID”, “ha fallecido el 0.001 % de la población por COVID mientras la Gripe Española de 1918 mato a 50 millones de personas”, y más.
Al mismo tiempo el discurso coloquial cotidiano que se emite desde el gobierno, con el muy loable propósito de crear confianza y esperanza en la población, está plagado de simplismos como: ”…salgan, abrácense, ..”, ”está probado que el cubre bocas proteja del contagio..”, y más por el estilo.
En su excelente ensayo sobre psicología de masas en tiempos de pandemia, Anna María Fernández Poncela [http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-01732012000200006], apunta que : “…En el alma colectiva se borran las actitudes intelectuales de los hombres y, en consecuencia, su individualidad. Lo heterogéneo queda anegado por lo homogéneo y predominan las cualidades inconscientes».
Continúa la investigadora sobre la pandemia de influenza del 2009: «Un aumento de la ambigüedad o una supresión de los criterios objetivos se traduce en un estado de incertidumbre interna en los individuos. A partir de ese momento están predispuestos a someterse a la influencia de los demás» (Moscovici, 1996: 48).
Dicho con otras palabras: «La incertidumbre [es] la ansiedad difusa en cada hombre que se siente el juguete de fuerzas hostiles y desconocidas» (Moscovici, 2005: 13). Así es como los grupos humanos reaccionan ante un estímulo, espontánea y transitoriamente, expresando ideas y emociones en forma de rumores que dejan aflorar instintos, exageran sentimientos, se sugestionan y contagian de creencias fijas, deseos no conscientes, liberan tensión, confunden realidad con apariencia, y se desrresponsabilizan personal y socialmente, todo ello ante la incertidumbre y la ansiedad.”.
No nos engañemos, no se trata del presidente o de un funcionario sino de todo el aparato que está dedicado a la gestión de la pandemia en su parte más crítica, la comunicación social que busca inducir una reacción colectiva específica.