Por Félix Cortés Camarillo
«la investigación médica en el Instituto de la Nutrición está abierta a quien lo solicite…» // Andrés Manuel López Obrador, hablando del tratamiento médico experimental que le rescató del Coronavirus
Desde el siglo XVII son utilizados por la investigación médica unos animalitos que pesan en promedio un kilo, de una singular especie sudamericana que en México llamamos cuyos o cobayos. Su nombre científico es cavia porcellus y su origen, como roedor comestible que me dicen sigue siendo hoy, se ubica en los Andes.
Los ingleses les empezaron a llamar sin motivo aparente cerdos de la Guinea, aunque no tengan nada que ver con la africana nación o el porcino pariente. Pero como en aquel siglo la ciencia británica estaba más avanzada que las demás, se les quedó a esos animalitos el nombre genérico que nosotros tradujimos -el Colonialismo, ya se sabe- como conejillos de Indias.
Habían llegado al siglo XVI a Europa y sido rápidamente adoptados como mascotas por su dócil conducta y agradable aspecto. Un siglo más tarde entraron a los laboratorios de investigación médica por la puerta grande: en representación del género humano. Los cuyos, y poco más tarde las ratas y ratones desarrollados para ello, son los animales en los que, por alguna razón que desconozco pero intuyo, en todos los laboratorios del mundo se prueba cada medicamento o procedimiento médico destinado a que los humanos lo usemos. Detrás de cada pinchazo en una vena o en una nalga podemos estar seguros de que antes se le aplicó a un roedor. O a muchas.
Dicho todo esto, ayer por la mañana nos enteramos de su propia boca, que el presidente López logró salir de su apuro por haber contraído el Coronavirus, siendo precisamente un Conejillo de Indias de un programa experimental, que desde hace un par de meses se conduce en el prestigiado Instituto Nacional de Nutrición sin que los mortales hijos de vecino tuviésemos noción de su existencia.
El trato experimental, dice el presidente López, resultó en su caso exitoso.
Aún hay más: López Obrador confesó que en el proceso clínico experimental, él fue uno de los 120 voluntarios inscritos. Agregó que el lunes le vinieron a entregar, supongo que a Palacio Nacional, la remuneración que todos los conejillos de Indias de este experimento recibieron: 300 pesos. «Para el taxi», confesó don Andrés Manuel, agregando con esa fallida jocosidad que le caracteriza, que va guardar para su personal colección el estipendio. Simuló enmarcar el cheque, billetes o documento.
Pero todo esto es –desde la Edad Media hasta nuestras crisis– anécdotas sucesivas.
A mí me preocupa enterarme que nuestro gobierno tenga a su disposición programas clínicos que pueden ser tan riesgosos como son todos los procedimientos experimentales, pero tan confiables a la vez que salvan la vida y la salud del presidente del país, avalados por todos los médicos presidenciales.
Que sea para bien.
La pregunta que destapó esta nueva realidad, derivó en otra, de la misma periodista: ¿tenemos acceso todos los demás mexicanos al mismo tratamiento?
El presidente López perversamente tiró la pelota al campo del Instituto Nacional de Nutrición.
PREGUNTA para la mañanera, porque no me dejan entrar sin tapabocas: ¿Va a despedir a López-Gatell o se va a poner la máscara? La neta del planeta.
felixcortescama@gmail.com