Por Eloy Garza González.
Frida Kahlo es ahora modelo de mexicanidad, pero a principios de los años XX se le acusó de ser feminista (como las demás mujeres liberadas de su generación), gracias a la influencia francesa. Para los “nacionalistas mexicanos” Frida era una afrancesada. Y después de la Revolución Mexicana, ser afrancesado era equivalente a traicionar a la patria y abanderar posturas malinchistas. A Frida se le acusó de ser la versión moderna de la Malinche, aunque el lector no lo crea.
Para Germán List Arzubide, uno de los escritores líderes del movimiento estridentista: “la moda de París permite a afrancesadas como Frida, altamente peligrosas, estar cerca de los que tienen dinero y poder”. Y luego sigue difamando List Arzubide: “la América española obedeció la llamada del modernismo porque venía de París en primer lugar, y porque además, era un buen pretexto para estas mujeres de acercarse a los tiranos brutales, generales ensangrentados que llenaban las sillas presidenciales de todos los países”. Sea por Dios.
Sin embargo, Kahlo, de origen teutón (su verdadero nombre era Frieda que quiere decir “paz” en alemán) se inspiró en Francia para asumir una actitud de franca rebeldía, como también lo hicieron Nahui Olin, la italiana-mexicana Tina Modotti y Antonieta Rivas Mercado (la más afrancesada de las tres, por su vínculo sentimental con aquel país, donde vivió largas temporadas con su padre, el arquitecto multimillonario Antonio Rivas Mercado hasta su suicidio en París, en 1931). Y no olvidemos a la pionera hoy olvidada del feminismo en México, la grandísima Elena Arizmendi, quien hizo cachetear el pavimento y usó como trapo (¡qué bueno!) al peor machista del México de entonces: José Vasconcelos (yo tengo las memorias colosales y revolucionarias de Elena para quien las quiera leer).
En su adolescencia y juventud, cuando militó en el grupo preparatoriano “Las cachuchas”, sin muchos recursos económicos porque su padre Guillermo Kahlo fue fotógrafo de edificios porfiristas venido a menos, Frida fue lo que se conocía con el anglicismo de flappers: muchachas que andaban solas, que conducían ellas mismas sus carros (¡tamaña afrenta!), mudaban de amantes, usaban el cabello cortito estilo bob cut y vestiditos entallados; decían malas palabras, “groserías” de doble sentido y tenían posiciones políticas de vanguardia.
Quizá la primera influencia feminista de Frida fue su propia hermana Matilde, “fugada” de su casa familiar con un novio de quién se embarazó muy pronto y siempre fue como una segunda madre protectora para la futura pintor. Matilde se llevó a vivir a su pocilga a Frida tras el trágico accidente del tranvía, el 17 de septiembre de 1925. Un escritor de la época (preferible no mencionar su nombre) las tildó de “prostitutas sofisticadas”. Nada más alejado de la verdad.
Las flappers, al menos en México y Monterrey, fueron las heroicas descendientes de dos tipos femeninos: las chinas poblanas, “de enaguas rojas”, mujeres independientes de clase baja, que tanto amó (en todos los sentidos) Guillermo Prieto, y las grisetas, las costureras de la Ciudad de México, (muchas venidas de París), sin pareja estable, con ingresos propios y que solían trabajar para la casa de vestidos de Madam Marnat, la más grande de aquel entonces, y para La Sorpresa (el primer centro comercial de México, de finales del siglo XIX, donde ahora está el Hotel Mayestic), y para las modistas de renombre. Luego, La Sorpresa puso en Monterrey una sucursal en la calle Morelos, que siguió abierto hasta varías décadas después.
Las grisetas, que también vivían en Monterrey, eran mujeres liberales, que paseaban solas (¡supremo pecado!) por Plateros (después calle Madero), y por la avenida Madero de Monterrey, eran muy aguerridas con su independencia. Emile Zola les dedicó su novela “El paraíso de las damas”, y en México los modernistas, comenzando por Manuel Gutiérrez Nájera, les escribieron poemas: el más popular, La Duquesa Job: “Toco; se viste; me abre; almorzamos; / con apetito los dos tomamos / un par de huevos y un buen “beefsteak” / media botella de rico vino, / y en coche, juntos, vamos camino / del pintoresco Chapultepec”.
Descontando la audacia de la rima (beefateak con Chapultepec), y la osadía sexual de amores fugaces (solo “a ratos” ama la duquesa al Duque Job) Gutiérrez Nájera ilustra la libertad con que se conducen las afrancesadas grisetas, y la muerte prematura del poeta en 1895 no le dejó convivir con las flappers, ante quienes hubiera caído seducido (igual yo).
En la siguiente década (los años treinta), Frida Kahlo acentuó su amor al folclor mexicano, y formaría su guardarropa nacional, con trajes típicos del Istmo de Tehuantepec, su pedrería prehispánica, sus artesanías de Talavera y su crianza de perros xoloitzcuintle (sí, como mi perro Mito).
Pero la libertad de Frida, Nahui Olin, la Modotti, y muchas “reporters” regiomontanas (hoy olvidadas injustamente por los historiadores) que trabajaban para los periódicos de Monterrey, lo aprendieron muy jóvenes influenciadas por las “liberales” costumbres francesas, esas que tanto condenó el nuevo sistema político posrevolucionario y que es la mejor herencia del feminismo mexicano; una de las grandes vanguardias de su época, a nivel mundial.