Por Eloy Garza González.
Ayer presenté en UANLeer (Feria Universitaria del Libro) la novela de Hugo Valdes: “Los confines del fuego”. Lo hice en amena charla con el novelista Eduardo Antonio Parra. Agradezco la invitación a mi gran amigo el Dr. Celso José Garza, Secretario de Extensión y Cultura de la UANL y al moderador de la mesa Antonio Ramos Revillas.
¿Quién fue Santiago Vidaurri (1809-1867)? Hugo Valdés desentraña el enigma con esta novela que borda los intentos del poder central de México por someter a la periferia del norte, y finalmente el trágico desenlace de Vidaurri.
Es mentira que Vidaurri promoviera la secesión de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas del resto del territorio nacional; un chisme malo, un fake news de la época que el propio Comonfort bautizó como el “asunto Vidaurri”. No existen pruebas de que Vidaurri quisiera fundar una República de la Sierra Madre. Por supuesto, no era un republicano y sí reivindicaba el noreste de México, una región que antes de Vidaurri fue abandonada por el gobierno central, dejando a su suerte a los norteños, atacados por los bárbaros, los filibusteros y el pillaje.
Mediante el comercio de Nuevo León-Coahuila, el regionalista Vidaurri convirtió a Monterrey en un centro distribuidor de productos extranjeros, sobre todo de algodón y caucho.
Los nuevoleoneses comenzaron a vivir mejor en comparación con otras regiones de México donde imperaba la indigencia, la miseria absoluta. Ignacio Manuel Altamirano, por ejemplo, narra una vista a La Candelaria de los Patos que era un “espantoso muladar”, donde ahora está el Congreso de la Unión (bueno, sigue siendo un espantoso muladar).
La mentalidad fronteriza de Vidaurri era muy distinta a la del Presidente Juárez. Para el oaxaqueño, la nación le inspiraba un sentido de pertenencia; ser mexicano significaba pertenecer a un ente superior, a una comunidad imaginaria que se legaliza con la Leyes de Reforma, de 1859. En cambio, Vidaurri no tenía un sentido de pertenencia, sino de propiedad: la región tomaba cuerpo apropiándose comercialmente del mayor territorio comercial posible. Sentido de pertenencia juarista, frente al sentido de propiedad vidaurrista.
Vidaurri, para no perder el norte, no claudica ante Juárez. Vidaurri no aceptó seguir “el camino de las transacciones” (de dónde viene el moderno término transar), como decía Melchor Ocampo en su libro “Mis quince días como Ministro”. Cuando pacta finalmente su adhesión al gobierno imperial de Maximiliano, en Salinas Victoria, en sentido figurado y literal, Vidaurri “perdió el norte para siempre”.
Frente a los sentimientos de la nación de Morelos, brillaron los sentimientos de la región de Vidaurri. ¿Por qué ganar y perder el norte es para los regiomontanos nuestro eterno estira y afloja contra el centro del país? En esas andanzas seguimos.