Por Carlos Chavarría.
“Uno de los castigos por rehusarse a participar en política es que terminarás gobernado por tus inferiores.”
Platón.
Si un pueblo no recibe la educación necesaria para analizar su posición frente a la sociedad y sus circunstancias, el mecanicismo electoral se convierte en un mero aparato para legitimar la perversidad política imperante del momento.
Desde la primera reforma que llevó a cabo Reyes Heroles (LOPPE, 1977) para abrir los espacios de representación a las minorías han pasado más de 40 años y todo en esencia sigue igual, excepto por el INE.
La LOPPE fue una oferta cumplida de Luis Echeverría para abrir un espacio a las corrientes rechazadas por el estado y que habían optado por la violencia como salida para sus reivindicaciones. No tenía entre sus motivos mejorar el estado general de la democracia.
El INE terminó con la vergonzosa etapa de robo descarado de la voluntad popular por parte del propio gobierno para terminar en un entramado de reglas y procedimientos surgidos de la desconfianza, que le entregó a los dirigentes y notables de los partidos políticos el destino del voto popular.
Ahora los partidos políticos están más desacreditados que nunca y el verticalismo del poder, ha convertido al INE en un reducto de negociaciones entre pares inferiores que están sometidos al poder ejecutivo, sea federal o regional según se trate.
Así se diseñó el INE por y para los partidos, para cuidar sus parcelas geográficas y administrar un montón de recursos económicos mediante la representación en las cámaras.
Ahora que la democracia es un asunto de reparto de dinero simplemente las decisiones desde el poder poco o nada tienen de democráticas y sí mucho de pervertidas, habida cuenta de la pobreza ideológica y ausencia de compromisos reales con cualquier visión de futuro deseable.
Imposible desaparecer el INE. Un árbitro que cuente y legitime los votos siempre será requerido para cultivar la confianza mínima necesaria en una función tan elemental, pero de ahí a mantener al INE como un “parlamento electoral” sometido a la voluntad de partidos y vulnerable a las grillas que estos se cargan hay una gran distancia.
Todas las deformaciones que se dejan ver en la política que condujeron a convertir a los partidos en mercados donde se comercia con puestos de elección y de posiciones deliberativas a favor o en contra del ejecutivo han anulado el papel de los partidos como catalizadores del cambio y del conflicto social.
El estado actual de vulgarización de la política tiene su origen en el presidencialismo fundacional del estado mexicano; que en razón de supervivencia de los grupos de poder imperantes; no deja de maniobrar y manipular los rendijas legales y aparatos a su alcance para perpetuar la condición del sistema-nación subordinado, que si bien tuvo sus ventajas relativas para acabar con la violencia e inestabilidad postrevolucionaria ahora es un lastre para el desarrollo de nuestro país.
En tanto el presidencialismo mexicano exista, el INE podrá garantizar que no se roben los votos, pero no la vida democrática plena.