Por Federico Arreola.
“¿Quieren que el medio sea nota? Pues platíquennos de NXIVM. Total, ustedes tienen información exclusiva”. Es lo que respondió La Jornada, en su Rayuela, a lo publicado ayer en Reforma.
¿Se entiende la referencia a NXIVM? Don Alejandro Junco de la Vega sabe de qué se trata y, por lo mismo, debe poner en orden a su director editorial, Juan Pardinas, fanático de ultraderecha especializado en odiar a un hombre, Andrés Manuel, y a una empresa, la que edita el diario La Jornada.
Ayer Reforma dio a conocer lo que todo el mundo sabe: que La Jornada hace lo mismo que el resto de los medios comunicación, es decir, vender publicidad y ofrecer servicios a instituciones que deseen contratarlos.
¿Cuál es el pecado?
Reforma hace lo mismo. Por ejemplo, al menos en Monterrey —escandalizados lo comentan todos los estrategas electorales regios—, el departamento de encuestas de El Norte, hermano mayor de Reforma, para no desaparecer vende ahora estudios de opinión a los candidatos de todos los partidos. Y clientes le sobran en esta temporada electoral.
¿Ello resta credibilidad a las encuestas publicadas por el querido y respetado diario regiomontano? Los estrategas electorales afirman que sí. Personalmente pienso que no.
La venta de encuestas a quien quiera comprarlas no compromete la credibilidad, si los editores se dan a respetar.
En mi opinión, todos los días los periódicos propiedad del señor Junco —el Norte, en Monterrey; Reforma, en la Ciudad de México, y Mural, en Guadalajara— dan pruebas de su independencia y objetividad; son creíbles por sus buenos reportajes y análisis, no porque sus ventas sean mayores o menores, si estas no violan la ley.
Es el caso de La Jornada, extraordinario periódico: su línea editorial de izquierda no ha cambiado en décadas por el hecho, legítimo y legal, de que sus imprentas vendan servicios de impresión.
En algún momento, cuando el proyecto arrancaba, Milenio vivió de la imprenta. Hasta libros le dio por vender a don Pancho González, esforzado empresario de medios.
Ningún reportero o columnista de Milenio, durante los años en que lo dirigí, hizo su trabajo pensando en el comercio de libros que la empresa hacía; de hecho, sólo una minoría de los periodistas estaba enterado, y muy superficialmente, de tales actividades comerciales.
Hay un grupo de fanáticos en los medios de comunicación conservadores que detestan a La Jornada. Los más conocidos, Pablo Hiriart y Rafael Pérez Gay, pero seguramente el más influyente —por la potencia del diario que dirige— es Juan Pardinas.
Alejandro Junco sabrá por qué contrató al señor Pardinas. Lo que me pregunto es si el dueño de Reforma, El Norte y Mural está de acuerdo en ir a la guerra generada por las obsesiones de un fanático antiJornada; no creo que eso le convenga: el propio Alejandro comprende que el campo de batalla elegido por sus editores, el de NXIVM —ellos empezaron y ahí se metieron— es el que menos le favorece.