Por Félix Cortés Camarillo.
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Hay varias razones para que el reciente caso de abuso sexual por parte de un legislador mexicano sobre un mozalbete de 15 años nos provoque náuseas, si es que fuésemos una sociedad sensibilizada y humanitaria. La primera, y tal vez más importante, es la familiaridad con la que vemos, como ente social, ese tipo de hechos; los consideramos prácticamente intrínsecos a nuestra conducta colectiva, de la misma manera que nos quieren hacer creer que es normal el hecho de que un político del partido en el gobierno le recete a una correligionaria suya un piquete de culo.
Piquete que luego va a ser negado por la víctima y descalificado por el presidente López, quien se refirió al asunto diciendo que en temporadas electorales se inventan muchas cosas. Ansima semos, siñor, diría el indito emblemático.
Lo que voy a contar es probablemente inexacto o exagerado, pero estoy seguro de que no es falso y tengo motivos para así creerlo.
Un joven de 15 años es invitado por un señor diputado federal por Puebla, Don Benjamín Saúl Huerta Corona para ser su asistente. La madre del menor, ilusionada por lo que puede redituar la cercanía de su crío con tan poderoso caballero, da su aquiescencia para que acompañe al señor a la capital.
Antes de la sesión en San Lázaro, el legislador y su asistente se dirigen al hotel, en la colonia Juárez del DF en donde se dice que el diputado ha reservado dos habitaciones; en el camino le compra al joven un refresco embotellado que el muchacho encuentra amargo y que le provoca malestar. No hay dos habitaciones, hay una sola, con una cama matrimonial. El chico se recuesta a reponer su estado y el patrón entra al baño. Momentos después emerge de ahí en toda su magnífica desnudez legislativa.
Le desabroche el pantalón y se lo baja a las rodillas. Con la mano del chico en su pene y la suya en la del joven inicia una masturbación mutua.
El mozalbete cuenta la historia a la gente del hotel; la policía viene y el diputado Huerta Corona es detenido brevemente. No hay delito, informa: las pruebas periciales demuestran que no le hice nada. En efecto, no hubo penetración que dejara huella física del abuso. Además, por su investidura de legislador, el acusado tiene derecho a fuero y sale en libertad.
A estas alturas de la historia uno tendría la tentación de concederle el beneficio de la duda al diputado, que anda jugándose la reelección dentro de mes y medio. Pero de pronto aparece la grabación de una charla telefónica entre el presunto violador y la madre del muchacho. Huerta Corona afirma no haber hecho nada al muchacho, ruega que la madre no acuda a la autoridad y acepte un «acuerdo financiero» para evitar que su carrera política colapse.
Tengo dos motivos para la indignación. Primero, la indiferencia con la que nuestros legisladores -entre ellos el hoy acusado- han tratado los casos de acoso y abuso sexual en nuestro país, especialmente de los menores.
Luego, el indigno sobrevivir de la figura del fuero. Olvidando el origen histórico de esa figura obsoleta, el fuero ha sido usado como protección de los poderosos frente a la ley por cualquier delito.
Los legisladores están demasiado ocupados obedeciendo las instrucciones de Palacio Nacional para prolongar el mandato del presidente de la Suprema Corte dos años, como para ocuparse de niños y niñas violadas o violadores con fuero.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, Señor Presidente, ¿No le dijeron sus asesores que el summit de ayer con Biden era sobre la protección de la tierra y el medio ambiente y no para promocionar sus becas con gorgojo para comprar votos?