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A mis colegas periodistas de San Luis Potosí que cubren campañas

Por Eloy Garza González.

Un candidato a gobernador de San Luis Potosí, José Ricardo Gallardo, es acusado por la opinión pública de tener nexos con el crimen organizado. Abundan las pruebas. Se desbordan las evidencias. El mutismo de los órganos electorales es casi una complicidad encubierta.

El candidato no responde a los reporteros, sonríe con cinismo y hasta les aconseja que tengan cuidado. Casi una amenaza vedada. Irrumpen entre familiares de esos reporteros llamadas anónimas con amenazas de muerte.

Otro candidato a gobernador, también de San Luis Potosí, de nombre Jesús Luis Romero, también despotrica contra los reporteros. Le preguntan sobre un helicóptero usado en su campaña y el candidato los increpa y casi los reta a golpes.

Este tipo de políticos, que ejercen su dominio intolerante amparados en su cargo, no son una anomalía: son la constante histórica en México.

Y más allá: es el tipo más frecuente entre los hombres que buscan o detentan el poder. Hombres fuertes, megalómanos, que no sólo imponen su voz de mando: anulan el pensamiento ajeno y lo descalifican. Anulan al contrario, bloquean al opositor.

Entre ciertos círculos sociales, el hombre fuerte es una figura fascinante: produce una mezcla de admiración, reverencia y miedo. Más cuando amenaza públicamente a la prensa.

Muchos lambiscones se tienden como cachorros a cubrirse bajo la sombra del megalómano, a vivir en su penumbra un sentimiento difuso de protección y se humillan por un chayote.

Aprenden las reglas no escritas del vasallo, del servil: no discrepar, no disentir, acaso fingir que libremente coinciden como por casualidad con las ideas del férreo líder, del jefe de jefes, del “Capo di tutti capi”.

Tal enamoramiento deslumbrante con el hombre fuerte por parte de algunos colegas periodistas, amenaza la libertad de expresión gravemente. Ellos y los medios de prensa que los cambien de fuente a petición “superior”.

Muchos representantes de medios que estuvieron en el lugar de los hechos cuando el candidato Romero insultó a compañeros suyos, fingieron que no pasaba nada. No se solidarizaron con los agredidos. Dieron a entender (serviles y agachones) que no era asunto suyo.

Sorprende que muchas veces, cuando el gobernante o un candidato ofende a periodistas en sus ruedas de prensa, los otros colegas se limiten a ser testigos mudos de la afrenta, como si la Virgen les hablara. ¿Cobardía o falta de solidaridad? Ambas.

Ya no digamos que alguno abandone la sala en respaldo a los reporteros ofendidos. Rostros impasibles, pétreos, sumisos. Y medios de prensa callados ante el agravio, fingiendo que no pasa nada. 

Es decir, yo, el hombre fuerte, decido a qué medios favoritos autorizo a preguntarme. Yo, el hombre fuerte, te insulto impunemente y junto contigo a tu medio hostil a mí, opositor a mí, enemigo mío por decreto mío.

La escena incomoda al más plantado: un cacique despotricando en contra de reporteros, y en general de quienes no piensan igual que él.

La imagen de periodistas sacados a empujones de un lugar público, por un gorila gigantón que responde al gesto del candidato prepotente, quedará grabada para la posteridad y confirma la frase de Gabriel García Márquez: “aunque se sufra como un perro, el periodismo es el mejor oficio del mundo”. Lo suscribo plenamente, no sin aplicarle al Gabo otro refrán tan sabio como el suyo: “si tú madre te dice que te ama, verifícalo”. 

La censura más cerril, burda y majadera vuelve a campear en los ámbitos políticos de estados como San Luis Potosí, pero eso no pasa en Nuevo León. Aquí las cosas son distintas. ¿O no? Quizá no lo sigan siendo por mucho tiempo.

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Vía / Autor:

Eloy Garza González

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Autor: lostubos
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