Por Félix Cortés Camarillo.
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En unos cuantos días tendremos en México las más importantes elecciones de nuestra historia. No se trata solamente de la cantidad de nuevos funcionarios que vamos a elegir en nuestros municipios o estados, y en la supuesta representación que tenemos en el Congreso.
En realidad, vamos a ejercer algo que es muy grato al presidente López: un plebiscito. Nosotros, la plebe, si acudimos a votar estaremos emitiendo una ratificación o desprecio por el gobierno que se hace llamar la cuarta transformación, un enorme simulacro de lo que debiera ser una administración honesta y eficiente.
Sin embargo, por encima de estas dos importantísimas circunstancias, las elecciones del 6 de junio tienen un telonero trágico: 88 políticos han sido asesinados en este preámbulo, 34 de ellos eran candidatos registrados y en campaña. Otros han salido lesionados o asustados. De los más recientes, Alma Rosa Barragán que quería ser alcaldesa de Moroleón, Guanajuato, y ya no lo será. Saraí Figueroa que iba por una curul federal por Michoacán, o José Alberto Alonso, presunto alcalde de Acapulco.
El terror, pese a lo que diga el catecismo de la mañanera, no solamente domina enorme parte de la república nuestra: tiene credencial de elector. A veces, credencial privilegiada porque hay distritos, municipios y estados, en los que su voz es determinante en las designaciones de todos los partidos. Y la única opción a los que se resistan puede ser la muerte.
En estas elecciones de la otra semana el terror ya depositó, pública y ostensiblemente, su voto. A punta de balazos. Por eso los bandidos quieren que no votemos: todos saben en contra de YA SABES QUIEN.
La obvia interrogante es ¿a quién beneficia este desequilibrio social? Nada es gratis, especialmente en política.
Muchos hemos impulsado la idea de que por ningún motivo dejemos de ir a las urnas el otro domingo. Otros empujamos a hijos y nietas a que se expresen, puesto que están expresando su reciente y poca apreciada ciudadanía.
CANTALETA (HASTA EL 6 DE JUNIO): Dice Catón, y yo coincido con Armando Fuentes Aguirre: «un voto por Morena es un voto contra México».
¿Cuántos muertos ha de haber para que se harte la cuota de la Cuarta Transformación?