Por Carlos Chavarría.
“Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre.
Bajo el comunismo, es justo lo opuesto”.
John Kenneth Galbraith
El presidente mexicano insiste diario en su retórica de una nueva teoría económica mexicana a la que denomina “economía moral”, que no es sino otro de los intentos en el mundo de corregir los dos grandes problemas entre los que destacan la excesiva desregulación y la liberalización del flujo de capitales, y que los gobiernos, como reguladores, no han acertado a corregir: la desigualdad en el ingreso y la pobreza concomitante.
Nada se ha revelado de la “economía moral” y respecto al combate a la pobreza, el gobierno mexicano, repite las fórmulas acostumbradas de subsidios directos y transferencias de dinero a grupos específicos de personas, los cuáles de sobra [https://core.ac.uk/download/pdf/6328098.pdf] han demostrado su poca efectividad para reducir el fenómeno, además de involucrar serios problemas de sostenibilidad financiera.
Desde Adam Smith los economistas se han devanado los sesos tratando de hacer entender a los gobiernos de las bondades del liberalismo extremo y de la “economía de la oferta” como métodos para que se completara el círculo virtuoso de más libre competencia – mayor oferta- mayor producción-más salarios-más empleo-más consumo-más capital agregado.
Pero cuando Smith promovió sus conceptos ya existían asimetrías que se convertirían en distorsiones que los aparatos de gobierno debían subsanar y en eso fueron diletantes y hasta omisos. Así se desarrolló esta fase del capitalismo que a fortiori llevaría a desequilibrios, de los principales, la desigualdad.
Pero los nefastos efectos en la figura de la pobreza y la desigualdad van en aumento en un mundo que ya debería ser perfecto según la teoría del capitalismo de la postguerra y del Consenso de Washington de los 90´s del Siglo XX, sin embargo, nadie parece estar satisfecho con lo alcanzado y tampoco se avizora la manera virtuosa de incidir en la economía para mejorar la distribución del ingreso sin destruirla. Eso sin contar los efectos secundarios que el consumismo tiene y ha tenido de manera creciente sobre el medio ambiente.
Todos los días surge nuevos pensadores que acuñan conceptos con algún grado de innovación entre cuyos propósitos están entre otros la mitigación de la pobreza y la desigualdad. Se habla de un nuevo “Capitalismo Inclusivo” [https://www.coalitionforinclusivecapitalism.com], también del informe de 1987 de la Comisión Brundtland [https://www.un.org/es/ga/president/65/issues/sustdev.shtml].
La “Economía de la Dona” (doughnut economy) es otro esfuerzo de síntesis para incidir en las limitaciones observables de la economía de la oferta [https://www.kateraworth.com/doughnut/]. la ONU también ha incluido dentro de las metas del milenio el abatimiento de la pobreza [https://www.un.org/sustainabledevelopment/poverty/].
La realidad es que, así como no existe competencia totalmente libre y mucho menos perfecta, tampoco existen países totalmente abiertos. Del mismo modo la información sobre mercados y su dinámica no se distribuye con flexibilidad y apertura, y los organismos reguladores oficiales o autónomos no lo son tanto como parecen, como tampoco los instrumentos de intervención son en realidad efectivos.
El desarrollo de las ideas debe continuar hasta encontrar los mecanismos reguladores apropiados. Una cosa es cierta, en tanto la pobreza y la desigualdad sean medios para legitimar cualquier ocurrencia de los gobiernos, sean concentradores o repartidores de la riqueza, no habrá la objetividad necesaria para un nuevo capitalismo.