Por José Jaime Ruiz
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@ruizjosejaime
¿Nos estamos excediendo con el verbo “agandallar” al describir lo que sucede en el Congreso de Nuevo León sobre la legislación de los organismos paraestatales de la administración gubernamental? Sí. No es un asalto, es política, también es poder. No es bandolerismo, es adjudicarse la representatividad de las urnas. La disputa central son los Servicios de Agua y Drenaje que, desde el próximo gobierno de Samuel García, estarán de nuevo en manos de Heineken, Femsa, Coca-Cola. Si alguien quiere saber de ello, pregúntenle al editorialista de Femsa-El Norte, Vidal Garza.
Abordemos la representatividad por los votos al poder ejecutivo. ¿Cuántos obtuvo Samuel García de Movimiento Ciudadano? ¿36.71% del 50 por ciento de los que fueron a votar? ¿Cuántos Adrián de la Garza del PRI? ¿27.9%? ¿Cuántos Fernando Larrazabal del PAN? ¿18.33%? ¿Cuál es la suma del PRIAN? Ahí está la aritmética, además de la próxima representatividad en el Congreso donde Movimiento Ciudadano es pobre legislativamente.
Cuando decimos “agandallar”, desinformamos. El PRI y el PAN tienen el derecho representativo de influir en los organismos descentralizados, como el Congreso ya lo hace con fiscalías y Comisión Estatal de Derechos Humanos. Es una prerrogativa que los ciudadanos les concedieron. Que lo hagan bien o mal, es otra cosa. Las próximas urnas avalarán el desempeño o el mal desempeño de las administraciones descentralizadas.
¿Nos conviene un gobierno paralelo desde las paraestatales? Sí. Habrá una competencia de eficacia, de eficiencia, de transparencia y rendición de cuentas entre el gobierno central y la administración periférica. ¿Habrá corrupción en “ambas dos”? Sin duda. Y, sin embargo, la competencia en el servicio público, en la atención ciudadana, será diferente. Los ciudadanos votaron por un gobierno paralelo. Y la política es así: competencia en todas sus acepciones.
Una de las primeras decisiones que tomó Fernando Elizondo Barragán (Arca Continental, la embotelladora de Coca-Cola; Fernando, quien apoyó a Samuel) cuando sustituyó a Fernando Canales Clariond, fue quebrar a Jesús Hinojosa Tijerina en Agua y Drenaje. Jesús había emprendido una revisión a fondo del agua que utilizaban Cervecería y Coca-Cola, sus no pagos y la extracción en su beneficio. Su remoción sirvió a los intereses empresariales. Y ahora amiguitos como Gilberto Lozano (ex FEMSA) en poco ayudan al próximo gobernador.
En el centro de la disputa por los organismos descentralizados, se encuentran precisamente los Servicios de Agua y Drenaje. Con Samuel García como gobernador, esos servicios no estarían sometidos a revisión, los entregaría de nuevo a los intereses empresariales; fuera de su responsabilidad, los empresarios tendrían que negociar con el PRI y con el PAN y los otros grupos legislativos. No sólo se trata de los 18 mil millones de pesos del presupuesto de las paraestatales, se trata de Agua y Drenaje. El agua para los ciudadanos o el agua para las empresas. Y, como en Baja California y las cerveceras, hay aquí también puede entrar la 4T.
Si Samuel García sigue permitiendo que Alejandro Junco sea su vocero oficial, empezará mal su función pública. A El Norte le encanta la cacería de brujas, las cabezas de turco. Así lo hace este martes al señalar al alcalde de San Nicolás, Zeferino Salgado, y al ex candidato a la alcaldía de Monterrey, Francisco Cienfuegos, como los autores intelectuales de un madruguete inexistente, eso se venía cocinando desde hace mucho. ¿Serían otras las decisiones si Larrazabal o Adrián hubiesen ganado? Obvio, pero esto es política.
¿Quién gobernará Nuevo León? ¿Samuel García o Alejandro Junco? ¿Qué se prefiere? ¿El agua o el drenaje? Este es el desafío por el poder. El poder. El poder. Escribió Michelangelo Bovero en Origen y fundamentos del poder político:
“Si se quiere distinguir al poder coactivo de la organización política del poder coactivo de otras organizaciones o grupos, parece pues indispensable vincular la noción de poder político a la de legitimación: la tradicional ‘investidura’. O como dice Kelsen, que repropone el problema en términos análogos a los de San Agustín, si se quiere distinguir el mandato del Estado de la intimidación del bandido es necesario concebir el poder político como poder ‘autorizado’.”
¿Autorizaron los ciudadanos a Samuel como autoridad? Sí. ¿Y a los priistas y panistas? También. Entonces, ¿dónde está el agandalle? Aquí no hay bandoleros, aquí hay voto, autorización. La aritmética, todavía, existe.
Posdata para ilustrar a los ignorantes, por cortesía de Carlos Montemayor:
Sobre los mexicanismos gandalla y agandallar
“Pues bien, la voz mexicana o, para decirlo con propiedad, el mexicanismo agandayar mantiene ciertos sentidos históricamente documentados desde el gótico y occitano hasta el gallego y el portugués, pasando por el catalán y el castellano mismo. Mantiene el sentido de ‘ladrón’ del gandalla catalán, pero le agrega la condición despreciable o de baja estofa del gandaia portugués y gallego. Conserva en su sentido la ‘bribonería’ del gandaya castellano y del gandaia gallego y lo ‘elusivo’ o ‘retorcido’ de las voces matrices del gótico y del occitano antiguo. Como mexicanismo ha recibido una amplia riqueza de funciones verbales y adjetivas que sólo se comparan quizás con las que ha recibido del gallego. En México se transforma en la voz verbal reflexiva agandayarse, en la sustantiva el agandaye, en el participio y adjetivo agandayado, en la forma sustantiva gandayán que en la frontera norte se aplica al que abusa de la confianza de otro y no solamente al que se apropia de lo ajeno. Pero, por supuesto, la palabra misma gandaya vuelve a servir, revitalizada, para denotar a los que están fuera del camino o que tuercen el suyo, a los asaltantes.
“La ironía mexicana hace del gandaya además, en cierto modo, un tipo socarrón, puesto que no sólo se emplea para insultar o señalar con desprecio a una persona que roba con ‘poca clase’, sino que a menudo se la aplica a sí mismo el hablante, reconociendo entre burlas y veras que en algún momento ‘cayó’ o ‘descendió’ de su condición honorable al nivel del gandaya común. Aunque la voz se haya revitalizado en los bajos fondos de la frontera del norte o de las grandes ciudades del país, agandayarse no implica ya la ubicación específica o la pérdida definitiva de un estatus social, sino un giro, un quiebre, una wandjan o wenden, una gandilh pasajera. Es decir, ha perdido la rigidez social que guardaba en occitano, catalán, castellano, portugués y gallego, y ha ganado ductilidad para recorrer libremente, de ida y vuelta, todos los estratos sociales.
“Para terminar, permítanme agregar una pequeña curiosidad léxica más, que nos puede ilustrar el largo camino que la voz gandaya ha recorrido hasta ser enriquecida por los mexicanos actuales. Usamos la forma verbal agandayar (llar) en vez de engandayar (llar), que sería lo más ‘correcto’, en parte porque seguimos la costumbre mexicana de decir ‘afocar’ en vez de ‘enfocar’ o ‘acompletar’ en vez de ‘completar’ y en parte porque quizás tratamos de sugerir otros datos. En los albores de la palabra, cuando aún no se desprendía de su atmósfera catalana, engandallarse significaba ‘ponerse la cofia’ o ‘recogerse los cabellos en la red de seda’. Esto es, en algún momento denotó la acción del ladrón catalán de recogerse el cabello en la gandall o gandalla, en la redecilla o cofia. Ahora, en México, agandallarse es reconocer que todos, en algún momento, podemos ser capaces de descender de nuestra condición honorable y asaltar a nuestro prójimo en muchos sentidos, no sólo a campo abierto como bandolero común.”