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Por Félix Cortés Camarillo.

‎felixcortescama@gmail.com

Del río Suchiate para abajo, América ha sido frecuente escenario de dictaduras brutales, cínicos golpes de estado, intervenciones norteamericanas, luchas libertarias, una que otra revolución que más o menos merece su nombre, movimientos guerrilleros tutti frutti, y pruebas a la diplomacia de los gobiernos del rumbo.

Bastante antes del triunfo de la Revolución Cubana o cuando esa realidad estaba en proceso, los latinoamericanos habíamos sabido de golpes de estado por doquier en los que la mano de los Estados Unidos fue persistente. En contra de Jacobo Arbenz en Guatemala o en favor de Manuel Antonio Noriega, narcotraficante panameño elevado por el gobierno de Washington al dominio del Canal y secuestrado por Estados Unidos con lujo de fuerza cuando dejó de cumplir su papel de Kleenex: úsese y tírese.

La Fiesta del Chivo es una genial novela del español Mario Vargas Llosa que alrededor de la ficción entreteje la conspiración y la muerte de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, uno de las prominentes cartas de esta baraja trágica.

Los nombres de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Fulgencio Batista en Cuba, o Augusto Pinochet en Chile, riman con Castelo Branco en Brasil y otros en Argentina.

Pero encajan mucho más con la dinastía Somoza Debayle, que dominó Nicaragua por ochenta años, para que a los Castro y Porfirio Díaz les dé vergüenza. Tachito Somoza murió en su exilio en Asunción, Paraguay en 1980, a causa de un potente obús, que el frente sandinista de liberación nacional, y desde luego con el respaldo norteamerigringo, había planeado y ejecutado.

El año próximo, Daniel Ortega acompletará 18 años en el poder en Nicaragua. El hombre se hizo del mando al triunfo de la revolución sandinista del cual era dirigente, movimiento que contaba con una simpatía en todo el continente, incluyendo los Estados Unidos. Muy pronto montó Danielito a su esposa Rosario Murillo, 34 años menor que su marido, al carro del poder: es la poderosa vicepresidente.

Entre los dos han desatado una fiera persecución de todo lo que huela a oposición o democracia, y han puesto a los gobiernos latinoamericanos en un brete.

La diplomacia mexicana ha dado muestra de lo mismo una congruencia decente que un lacayuno servilismo: es el presidente de la República el que define la política exterior. Por eso, el presidente López ha sido miedoso a condenar al régimen dictatorial de Venezuela, al de Ivo Morales en Bolivia y en este caso al de los Ortega en Nicaragua. Debe ser, como en la obra de teatro musical Violinista en el Tejado, tradición.

Para vergüenzas no gana uno.

PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto: si, como Usted reconoce, -perdón si omito a alguno- Ciro, López Dóriga, Loret de Mola, Aguilar Camín, el Reforma, El Universal y otros medios tienen más lectores y auditorio que su catequismo matutino, eso ¿no le manda algún mensaje? ¿O todos estamos equivocados menos usted?

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Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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