Por Jorge Narváez.
Estamos por ver otros Juegos Olímpicos en medio de una pandemia y su sede será cerca de donde se estima nació el Covid-19. Con un año de retraso, la justa veraniega se llevará a cabo a pesar de la “tercera ola” de la pandemia que vive el mundo. El punto bueno aquí es que los atletas fueron vacunados; eso ya corrió a cargo del Comité Olímpico.
Realizar esta competencia implica inversión o gasto de millones de dólares por parte del anfitrión. Sin pandemia, es inversión por gastar en la construcción de estadios o centros de competencia que servirán para la formación de atletas y eso puede convertirse para la población un mejor rendimiento en la salud. Por otro lado, significa derrama económica por todo el turismo que genera al aglomerar a varios países en un solo lugar. Muchos extranjeros dejan su dinero en el sitio sede y a eso es una de las apuestas de las grandes ciudades.
Ahora Tokio no va a permitir público del extranjero y eso genera alarma para sus finanzas. Por un lado, no recuperarán la mayor parte de lo invertido, que ahora se convierte en gasto. Mientras que para el Comité Olímpico representó una crisis al tener que posponer las competencias, por obvias razones. Pero la economía de Tokio puede sobrevivir.
México, por un lado, será sede del Mundial 2026, compartido con Estados Unidos y Canadá. La inversión (espero que así sea) será mínima, pues esta competencia necesita de estadios de futbol y ya están seleccionados. Incluso hasta hay tiempo para construir más estadios.
La leyenda urbana cuenta que la última vez que tuvimos un evento masivo, que fue el Mundial del 86, nos aplicaron un cobro llamado Tenencia Vehicular que todavía se sigue pagando, a excepción de Nuevo León y por lo menos otros seis estados. En realidad, ese impuesto data de 1962, a iniciativa del presidente Adolfo López Mateos, y justificada como recurso federal para aplicar en el sistema nacional de carreteras y autopistas; una reforma posterior, en 1981, amplió la base de vehículos gravables, se difirió el cobro a los estados y se determinó la base cero por antigüedad de los vehículos. Tal vez el uso de los recursos de ese impuesto pudo haberse desviado a la infraestructura del evento, pero no fue ese el origen del gravamen.
Aun así, nadie nos quita de la cabeza relacionar un nuevo impuesto con un evento internacional que requiere recursos. Con ese antecedente, el temor de pagar otro impuesto siempre está latente. Por más que las autoridades lo rechacen ahorita, aún faltan cinco años en donde todo puede pasar y si ahora algunos ya piensan en el 2024, ¿por qué no pensar en el 2026?
Fotografía: Tokio 2020/ ONCE Diario