Por Félix Cortés Camarillo
Más de una vez he escuchado en las últimas semanas que la norteamericana Simon Biles es la mejor gimnasia de todos los tiempos superando la fama de Nadia Comaneci o la checa Vera Caslavská, también ganadoras de múltiples medallas. Lo cierto es que la joven Biles tuvo la culminación de su fama al abandonar hace unos días la competencia por equipos en los juegos olímpicos que se realizan en Tokio. Primero se dijo que había sufrido alguna lesión; luego se supo que ello no era del todo falso, pero que su lesión es más bien de índole mental que física.
La muerte y la tensión sicológica han rondado permanentemente los juegos olímpicos de era moderna. En 1912 en un Estocolmo desusadamente caluroso, el maratonista portugués Francisco Lazaro quiso protegerse del sol inclemente y se aplicó gruesa capa de protectores solares. El descontrol de electrolitos al no poder sudar le quitó la vida.
En 1960 en Roma el ciclista danés Knud Ehemark se estrelló contra un vehículo estacionado y murió de inmediato. Hay otros casos similares en la historia olímpica, pero el acontecimiento fatal más recordado es la masacre de 12 atletas israelíes en la villa olímpica de Munich en 1972 por cuenta de los terroristas de septiembre negro.
Luego de haber ratificado en Río de Janeiro sus triunfos en la natación, el norteamericano Michael Phelps –28 medallas olímpicas, de ellas 23 de oro– coprodujo e hizo la conducción de un documental titulado «El peso del oro», que trata precisamente de la angustia y las presiones a las que son sometidos los atletas de alto rendimiento y de las que el público poco sabe. Por ahí anda el caso de Simon Biles, hija de drogadictos y víctima de abuso sexual por un ex médico del equipo femenil de gimnasia, al que contribuyó a denunciar. Recientemente la tenista Naomi Osaka en el campeonato francés se negó a comparecer ente la prensa por la angustia que esa actividad le causa.
La esencia de las justas deportivas es precisamente la competición, el ansia por la derrota del contrario. La comercialización creciente de los juegos olímpicos y las grandes sumas que en patrocinios publicitarios están en juego contribuye en gran medida a la intensificación de esas presiones a la psique de los deportistas. Phelps confesó en su documental que, a pesar de la enorme fortuna que logró amontonar, llegó a tener pensamientos suicidas.
Difícilmente cambiará la esencia de la cultura deportiva: ha estado con los seres humanos desde que hay historia, y esperar que la actitud de las multitudes deje de ejercer esa presión inadvertida equivaldría a soñar que los mexicanos se olviden del grito homofóbico que acabará por causarles penas mayores.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente: ¿cómo le quedó el ojo? Después de todo, como dice Chumel Torres, junta más gente un atropellado que una mesa de consulta que usted promovió.
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