Por Eloy Garza González
Ayer, corrieron de la peor manera posible al escritor y diplomático Jorge F. Hernández de su cargo como Ministro para Asuntos Culturales de la Embajada de México en España. Lo corrieron, según el comunicado oficial de la Secretaría de Relaciones Exteriores, “por comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”.
Hace unos días, escuché en un programa de radio a Jorge burlarse de Marx Arriaga, director de Materiales Educativos de la SEP, porque dijo que “leer por goce es un acto de consumo capitalista”. Jorge es un burlón pero tiene ingenio elegante para madrear, y se burló directamente de Marx con nombre y apellido: “este señor”, dijo Jorge, “desde el nombre lleva la penitencia. Desde su santoral laico está marcado por alguien que supuestamente se sacrificó por los demás”.
Yo escuché esa entrevista y me dije: “Jorge se meterá en problemas porque Marx Arriaga es un hombre poderoso, aunque solo ostente un nivel de director general». Y si bien Jorge es (o era) alto diplomático, su boca es todo menos diplomática, cosa que está muy bien, porque me caen a todo dar aquellos diplomáticos que no se encierran en la corrección política. Además, Jorge es una de las mejores plumas de nuestro país: irónico, agudo e inteligente.
Luego, ante el revuelo causado en las redes sociales (sustitutas actuales de la opinión pública), la propia SRE emitió un “Alcance al comunicado” (SIC). Es decir, un añadido, donde acusa al escritor por referirse “en términos muy ofensivos y misóginos a quien era su jefa, la embajadora de México en España, María Carmen Oñate Laborde”.
¿Cuál es mi opinión sobre el abrupto despido a Jorge F. Hernández? Que la SRE comete un grave error no cuidando las formas y corriendo tan groseramente a un diplomático y escritor de la talla de Jorge. Además, hay formas previas de proceder sobre un caso controvertido que cometa cualquier funcionario público antes de su precipitado despido. Para eso está la Contraloría, para eso se abre un proceso de investigación y luego, si fuera el caso, se le sanciona. O se le exonera.
Sin embargo, el problema de fondo es otro, como lo platicábamos ayer por teléfono mi amigo Gabriel Contreras y yo. Cualquier régimen debería proteger no solo al segmento elegido de la casta intelectual que sea afín a sus proyectos políticos. Hay intelectuales, académicos, personajes de la cultura que se quedan en la raya; que no son acólitos pero tampoco enemigos del régimen, como es el caso de Jorge. Es decir, no todo es blanco o negro en la comunidad cultural ni se les debe pedir lealtad incondicional al estilo John Ackerman (más papista que el Papa). Jorge F. Hernández hacía lucir a la Embajada de México en España. Reflejaba con su estilo desenfadado la libertad de criterio en la filas del lopezobradorismo.
Pero hay un tema relacionado con el despido de Hernández, todavía más grave; tema que ilustraré con un solo ejemplo. Hace algunos días, murió el gran escritor italiano Roberto Calasso. Más allá de posiciones políticas e ideológicas, Calasso era una figura deslumbrante que debería conocerse mejor. Para que un lector no especializado en México pudiera saber quién era Calasso, no tendría otra opción más que leer algún artículo en las revistas literarias que AMLO denomina (con o sin razón) como fifís o de derecha. Y así pasa con la mayoría de los escritores o artistas a nivel nacional o global que no toman partido por uno u otro bando. Basta darse una vuelta por Internet para entender lo que digo.
En otras palabras, los intelectuales o académicos afines a López Obrador ya debieron haber creado órganos de difusión cultural independientes, revistas, publicaciones, espacios de difusión científicos y artísticos, con opiniones abiertas y hasta divergentes; espacios donde se abordaran temas o donde escribieran intelectuales no seguidores propiamente declarados del presidente; como lo hacían estas revistas fifís con gente como Carlos Monsiváis o Carlos Montemayor, a quienes destacaban en sus portadas e incluían en sus mejores secciones. Y añado aquí también a prestigiados científicos como mi admirado Antonio Lazcano Araujo, biólogo darwiniano de reconocimiento mundial, expulsado de su cargo público simplemente porque no quiso defender a la 4T.
Ahora, les anticipo lo que pasará: al igual que a Toño Lazcano, a Jorge lo sumarán a sus filas los enemigos de AMLO, porque con toda razón Jorge debe estar muy encabronado. Entonces lo tildarán de chaquetero o de desertor. Y terminará en la lista de “conservadores que apoyan al antiguo régimen”. Es el cuento de nunca acabar y tan fácil que sería hacer las cosas correctamente.