Por Félix Cortés Camarillo
«No apoyen a las jóvenes matando a sus hijos para que dejen de estorbar. Mejor maten a sus hijas para que ellas no estorben.» Padre Lázaro, 12 de Septiembre, misa en la iglesia Lasalle en Monclova, Coah. Mensaje a los padres de mujeres embarazadas
Hay una sabia conseja popularizada que señala evitar en la conversación temas de política o religión; yo añado las preferencias fanatizadas por el deporte. Todos esos temas provocan irremediablemente fricciones y a veces rupturas; en todo caso, de ninguna manera sirven al propósito primigenio de una conversación de sobremesa.
Estos tiempos nuestros han retomado uno de los tópicos más conflictivos que la sociedad mexicana conoce: el aborto.
De la misma manera de que la violencia no puede combatirse con violencia, la crispación social no puede ser vencida por la crispación incrementada. Y el asunto de la despenalización del aborto en México está envuelto en ese confuso mundo de la controversia ciega.
En este confuso mundo conviven las y los activistas del aborto provocado y los píos defensores del concepto de la vida desde el momento mismo de la concepción. Ambos grupos se han lanzado a un pirata abortaje de la nave de las mujeres y están equivocados de principio. La decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que se logró el día siete de septiembre, establece la despenalización del aborto, pero no es mandatorio en todo el país hasta que cada legislatura estatal la apruebe como tal o con ciertas modificaciones.
En los primeros siete meses del 2021 se abrieron 432 carpetas de investigación por abortos considerados ilegales. Solamente en el Distrito Federal y en Oaxaca -por fortuna- se puede abortar sin miedo de cárcel. Más recientemente, Coahuila se añadió a la lista. Pero la radical postura del sacerdote coahuilense Lázaro, que cito líneas arriba, manda el mensaje de que falta mucho camino por recorrer.
Partamos de una trinidad indiscutible. El aborto es un problema de salud pública, de justicia social, y de ética individual. En primer lugar, la penalización del aborto obliga a las embarazadas a buscar alternativas que suelen carecer de higiene y profesionalismo, perdiendo en ellas con frecuencia la vida. En segundo, como sucede con los migrantes, nadie deja su patria porque quiere: necesita, está urgido de hacerlo; de la misma forma las mujeres no quieren abortar por el placer de abortar. Por circunstancias diversas necesitan terminar con ese embarazo que es a todas luces no deseado, y que eventualmente no traería al mundo a un ser humano de futuro promisorio o de perdida digno. La ética individual no es un problema sencillo. He conocido mujeres que tuvieron que abortar y la experiencia en sí las dejó lesionadas fuertemente en lo sentimental y lo mental.
Un principio simple nos dice que cada quien tiene derecho a hacer lo que le de la gana, siempre y cuando no afecte a otra persona. Otro que yo suscribo, es que la mujer, al igual que el hombre, es dueña de su propio cuerpo y puede disponer de él como considere que debe hacerlo. Pero yo no soy de los poseedores de las verdades absolutas.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca):con todo respeto, señor presidente ¿no le genera una tremenda frustración ver con rostro inmutable la plancha de un Zócalo, que usted llenaba de gente con un chasquido de los dedos, totalmente vacía en la fiesta más importante de todos los mexicanos, vaciada precisamente con un chasquido de sus propios dedos?
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