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Por José Francisco Villarreal


El pasado 17 de septiembre fue viernes. Esto fue mucho más importante que la celebración religiosa católica reservada para ese día, dicho sea con perdón de Santa Columba virgen y mártir, San Sátiro, Santa Hildegarda, doctora de la Iglesia, y de otros santos y beatos. El 17 de septiembre el santoral católico conmemora también a San Pedro de Arbúes, mártir, patrono de los enfermos de gripe y de las madres solteras (¡!), y San Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia apodado “El Martillo de los Herejes”, ambos una chulada de personas. Arbúes, un feroz inquisidor, fue apuñalado en 1485 mientras rezaba, y como lo acribillaron también en el cuello es poco probable que pudiera decir “amén”. Casualmente, San Roberto Berlarmino también fue inquisidor, y además responsable de la muerte de Giordano Bruno y de invitar amablemente a Galileo Galilei a que modificara nada más tantito sus teorías, algo que ningún científico aceptaría, sólo, tal vez, si estuviera en riesgo su vida. Bueno, las amorosas sugerencias de la Inquisición no eran tan potestativas como las “firmes” recomendaciones de una comisión de Derechos Humanos en México, las “llamadas a misa” de nuestra democracia.

No sé si el patronazgo agripado de Arbúes tenga algo que ver con la ciencia médica de la época, no creo, pero el piadoso asesino sí tuvo que ver con la política del rey Fernando “El Católico” para controlar y/o exterminar a la nobleza levantisca de Aragón. Belarmino en cambio sí tuvo ocasión de batallar contra la ciencia desde su investidura inquisitorial. La Iglesia Católica defendía su solidez, sobre todo política, y cualquier fisura en dogmas y doctrinas eran una amenaza. Nótese que la Iglesia no perseguía al científico porque fuera científico, lo perseguía porque en el ejercicio de su ciencia había llegado a conclusiones que ponían en peligro a la religión como comunidad espiritual y como institución social. No importaba la verdad sino la fe, y una verdad científica básica es capaz de astillar la triple tiara papal.

Esto me lleva a considerar que los científicos, aun los más cristianos, deben mantener una lucha interna feroz entre sus convicciones como científicos y como entes sociales; su ética, su moral, pueden resultar seriamente aporreadas durante el conflicto. Esto no los hace excepcionales. Todos vivimos batallando esa lucha, pero desde la cancha salvaje de la experiencia. El más despiadado asesino, por ejemplo, puede ser también el más amoroso padre e hijo de familia. ¿Contradictorio? ¡Claro! Así es la naturaleza humana.

La religión sigue condenando lo que le afecte doctrinal e institucionalmente. Ya no enciende hogueras ni retuerce cuerpos, ahora apoya o tolera a quienes, la mayor parte de las veces por intereses económicos o políticos, defienden algunos de los principios doctrinales religiosos, no necesariamente todos. Han sido cautelosos en atacar a la ciencia y a los científicos; en todo caso los asimilan, los contradicen o los sabotean. Pero seguimos en el campo de las ideas, no de las personas. Es decir, seguíamos, porque la acusación de la Fiscalía General de la República contra un grupo de exfuncionarios e investigadores del Conacyt, no todos científicos, se ha visto como una persecución contra los científicos y académicos en general. Así lo han estado difundiendo medios, políticos, opinólogos y académicos.

Sin conceder que así sea, me gustaría que explicaran también cuál es la amenaza doctrinal que representa este grupo de funcionarios y científicos para la 4T y el “santo oficio” de FGR que es, no olvidemos, perseguir y procesar delincuentes. No alcanzo a comprender cómo ese grupo pasó de ser un conjunto heterogéneo de acusados por varios delitos, a ostentarlos como protomártires de la ciencia y, además, representantes de la ciencia y la academia mexicanas. Comprendo que, como haría cualquier político y/o delincuente en esas circunstancias, los acusados proclamen su inocencia. Es un fiscal quien tendrá que probar la culpa y un juez dictaminarla. Antes de eso, todo es pura especulación. Pero es de extrañarse que muchos, con poco o ningún conocimiento del caso y de las pruebas de la fiscalía, dictaminen a priori la inocencia de los acusados y lleguen hasta considerarla como una persecución contra los científicos y académicos, así, en general. Esta visión del caso es la más lejana a un análisis objetivo, científico. ¿En qué parágrafo de la denuncia se expone una persecución contra la ciencia? ¿Cómo impactaría el liderazgo científico de esta gente en millones de mexicanos que no tienen la menor idea de quiénes son?

El presidente López no ayuda mucho a serenar las cosas. Al insistir en el daño al erario, lateralmente también condena a los inculpados. No es esa su función. Aunque es astuto, y sabe que la oposición lo acusará de ser causante hasta de las plagas de Egipto y la caída de Constantinopla, y que esa actitud absurda le ha redituado más méritos a él que a la oposición. Lo único claro en este bochinche es que la defensa a ultranza de los científicos inculpados es una resistencia a los procesos judiciales y al combate a la corrupción. Por lo menos en teoría, la ley no admite excepciones.

Y tampoco nos deslumbremos con los títulos, que moralmente no significan absolutamente nada. Ahí está el microbiólogo e inmunólogo japonés Shiro Ishii y su tenebroso escuadrón, que hacía autopsias a personas vivas, entre otras barbaridades aún peores. Este criminal de la Segunda Guerra Mundial fue capturado pero nunca fue procesado, porque era un científico y sus descubrimientos fueron útiles para la Ciencia. ¿Debemos tolerar lo que sea a los científicos para favorecer a la Ciencia? Yo no; preferiría hacerlo por la fe, lo que al menos me aseguraría un palco celestial.

Opino, y sólo es mi opinión (que es pobre pero no es humilde) que será mejor que la FGR desempeñe su “santo oficio” bajo la mirada vigilante de todos y no atarle las manos a menos que se exceda y, de acuerdo a los procedimientos judiciales, eso todavía no lo hace.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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