Por Francisco Tijerina Elguezabal
“No hay que empezar la casa por el tejado.” // Refrán popular
Celebro y aplaudo la iniciativa del gobernador, Samuel García, de convocar a empresas y particulares a aportar recursos y apadrinar escuelas a fin de poderlas poner en condiciones propicias para la reactivación escolar.
Un total de 90 compañías e instituciones forman parte ya del programa cuyos beneficios alcanzan, en sólo unos cuantos días, a más de 60 mil alumnos de Nuevo León.
La transformación de los planteles en unos cuantos días gracias a la intervención que realizan es notoria y crea las condiciones propicias para que los alumnos puedan volver a las aulas.
Sin embargo, como todo en la vida, el asunto tiene un “pero” y este no es otro que un añejo problema que ninguna autoridad ha podido resolver: los robos a las escuelas, asunto que de tan frecuente ha dejado de ser novedad.
Lo más triste es que la gran mayoría de las cosas robadas en los centros educativos son equipos y materiales que han sido costeados con un enorme esfuerzo por padres de familia y en los menos de los casos se trata de instalaciones como el cable eléctrico o mobiliario.
Sí, está muy bien la pintura, el deshierbe y la colocación de ventanas por parte de los padrinos, pero ¿de qué sirve todo esto si un día sí y otro también te topas con que los rateros entraron por la noche y se llevaron climas, computadoras, proyectores, equipos de sonido? Y esto no es un fenómeno de la pandemia, lo vivimos desde hace largo tiempo.
Lo peor es que el mensaje que queda en alumnos, padres de familia y maestros es un sentimiento de impotencia y de una gravísima impunidad, además de una cruel indiferencia de nuestras autoridades.
Si realmente queremos formar personas de bien, debemos empezar por atacar este tipo de situaciones, porque al margen de los discursos, la cruda realidad que se vive día con día se encarga de mostrarnos los alcances y capacidades de un gobierno y hasta ahora ninguno, reitero ninguno, ha podido con unos simples rateros.
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