Por Félix Cortés Camarillo
Cuando, si la tienen, estas líneas tengan la fortuna de ser leídas, una nueva política en contra de los migrantes que, de todos lados, pero especialmente de Centroamérica, se lanzaron en los últimos años a la aventura de llegar a la cuna de la democracia americana, los Estados Unidos, y pedirles asilo. Así de simple.
Algunos piden asilo en contra la persecución política de los Ortegas, los Maduros y los Castros que por nuestras tierras deambulan. Otros ruegan protección para ellos y sus familias de la violencia criminal que en los últimos quince años se ha enseñoreado en nuestros países, impulsada grandemente por el trasiego de las drogas que nosotros producimos y todo el mundo consume. Los más simplemente piden protección ante ese temible jinete del Apocalipsis que es el hambre.
Esos seres humanos lo único que quieren es una oportunidad de trabajar, intensa y eficientemente, para con el esfuerzo de sus manos poder realizar el sueño americano que describió Roosevelt: un pollo en cada cacerola, un auto en cada cochera.
Los Estados Unidos es una gran nación que ha sido forjada precisamente con el trabajo intenso y eficiente de las migraciones que conformaron esa particular etnia multicultural. De los primeros peregrinos que huían de la opresión inglesa; de los irlandeses e italianos que le corrían al hambre, de los judíos que escapaban de la muerte segura del fascismo, de los españoles, chinos, mexicanos, polacos, rusos, que huían de todo eso y mucho más. Todos ellos juntos hicieron que la generosidad del asilo americano quedase inscrita en el metal de la estatua de la libertad en Ellis Island, donde estuvo la primera gran estación de proceso de migrantes, mirando a Nueva York.
La política de brazos abiertos a todas las migraciones ha pasado en los Estados Unidos por diferentes etapas y modalidades. Tal vez el mejor ejemplo de ello es la política migratoria hacia su principal vecino, cliente y socio: México.
Cuando tuvo que mandar a sus jóvenes a la Segunda Guerra Mundial, esa gran nación abrió las puertas a los braceros mexicanos, brazos fuertes, capaces, honestos y dispuestos, para realizar los trabajos que los gringos no podían o no querían hacer. En los tiempos subsecuentes, cuando la guerra se hizo fría, las restricciones y las persecuciones del otro lado de la línea fueron creciendo. Su manifestación más emblemática es el muro fronterizo que impulsó Trump y los mexicanos, de una manera u otra, estamos pagando.
Lo estamos pagando haciendo el muro de Trump hecho de seres humanos con nuestros efectivos de seguridad en el Suchiate para no dejar pasar a los centroamericanos. Lo estamos pagando a partir de hoy como país huésped de los migrantes que han solicitado asilo en el país del Norte y tienen que esperar el lento proceso burocrático y judicial al cabo del cual se les otorgará ese privilegio o no.
A partir de hoy lunes tendrán que esperar en México. Porque así lo ha decidido el gobierno de los Estados Unidos y lo ha aceptado el de México.
¿En dónde? El gringo dice: es no es mi problema. Por lo pronto, para México comienza el juego oneroso, y poco seguro, de las estatuas, los engarrotados migrantes en aglomeraciones de pobres, seguramente no del todo sanos, irritados y hambrientos, arrumbados en nuestra franja fronteriza. Por lo pronto.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): El costo del magno acto del miércoles pasado ¿es también asunto de seguridad nacional?
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