Por Carlos Chavarría
México no es cualquier país. México es parte del selecto grupo de las 20 economías más grandes del mundo y tiene esa posición porque los mexicanos se han esforzado para romper paradigmas y aprovechar hasta donde el gobierno ha permitido las ventajas de la globalización y comerciar con las mas grandes potencias.
Sin duda que los momentos por los que atraviesa el mundo son complejos, la pandemia puso de rodillas a la economía mundial, no escapando las domésticas, y exhibió la enorme fragilidad del consumismo. Apenas empiezan a verse los efectos sobre los hogares del mundo y las tensiones geopolíticas están acumulándose más y más.
Si creemos que los retos por los que atraviesa el mundo podemos esquivarlos adoptando la Doctrina Estrada, como regla única de la diplomacia, es muy seguro que nos equivoquemos, porque formamos parte importante del bloque occidental y eso ya de por sí nos pone en aprietos.
Muy al margen de nuestras vicisitudes mañaneras que dejan bien poco margen para la risa y mucho para la tragedia, los grandes engranajes del mundo se están moviendo para un reacomodo en todos los ordenes -más en el económico y en el político- y mientras tanto México, quiere regresar al pasado.
Los dos monstruos políticos, Rusia y China, como todos los engendros producidos por los americanos, ahora aprovechan la coyuntura para disputarle a los norteamericanos su hegemonía e influencia y el gigante se ve abrumado por el éxito inesperado de esos países.
Tanto Nixon, cuando en los 70´s sedujeron a Mao para girar su economía hacia el curioso capitalismo de estado que ahora practican, y Reagan, cuando le pidió a Gorbachov que derrumbara el muro, no supusieron que lo tomarían tan en serio como para presionar desde las entrañas de todo el sistema y orden que se establecieron a partir de Breton Woods.
Ahora, el conflicto ya no es entre capitalistas y socialistas, sino entre demócratas y totalitarios, al menos en el lenguaje usado por los Estados Unidos. El oportuno, aunque tibio, llamado del Presidente Biden para hacer una cumbre [https://www.state.gov/summit-for-democracy/] que “cuide la democracia” frente a las amenazas de los gobiernos totalitarios no llego a los oídos de casi nadie en nuestro país, y aunque participó, no sabemos quién fue en representación de México.
Hoy por hoy, nos guste o no, la economía y la paz de nuestro país dependen bastante de los Estados Unidos, y no pareciera razonable ni diplomático haberle dado tan poca importancia a dicho encuentro, habida cuenta de que para el mundo exterior [https://carnegieendowment.org/2021/11/22/who-s-in-and-who-s-out-from-biden-s-democracy-summit-pub-85822] y para nuestra auto evaluación, aun nos falta mucho qué hacer para acabar con todas las trampas de nuestra democracia.
Los Estados Unidos acaban de pasar por un ejercicio electoral que puso en riesgo de fractura sus instituciones debido a a los defectos de su propio aparato electoral, sometido a un fuerte estrés por Trump, y las amenazas no fueron pocas.
Los planteamientos, lanzados a los asistentes por el presidente Biden, en mucho coinciden con lo que es notoriamente público en México y presente, al menos, en el discurso presidencial mexicano.
Atacar todo aquello que corrompe la democracia, como son el lavado de dinero, el desarrollo de rumores y la divulgación de noticias falsas, el uso de tecnologías para minar la libertad de expresión, etc., son algunos de los apartados tratados en la cumbre referida.
Se habla ya de una nueva “guerra fría” provocada por las tensiones territoriales en Ucrania y el Pacífico, donde no se trata de dos países satélites minúsculos sino de las fronteras mismas de Rusia, China y Europa.
Pienso que México tiene la capacidad y potencial para ocupar aquel papel que tuvo y tan relevante como fue el del Grupo Contadora que respondió por las negociaciones para apaciguar a Centroamérica en los 80´s del Siglo XX, que también ocurrió en el centro de otra guerra fría ya superada.