Por Carlos Chavarría
El presidente ha insistido varias veces en usar la llamada Doctrina Estrada en el manejo de las relaciones con otros países poderosos o no.
Cuando los problemas que ocurrieron en la elección del presidente Biden de los EEUU, causados por la negativa de Trump para aceptar su derrota, nuestro presidente dilató en felicitar a Biden aduciendo la no intervención de México en todos los asuntos internos de otros países y en tanto no se resolvieran los recursos legales que interpuso Trump..
Claro que quedó en entredicho cuando le ofreció y cumplió con el asilo a Evo Morales al ser perseguido por un fraude electoral en Bolivia. Del mismo modo incongruente le extendió sendos homenajes al presidente de Cuba y a la Revolución Cubana.
Ahora en días recientes anuncia el presidente su abierta intervención para salvar al presidente Castillo de Perú ante un posible derrocamiento, al efecto envió al secretario de Hacienda y otros personajes de su administración para trabar los recursos y apoyos que nuestro país aportaría.
No cabe duda de que frente a los acontecimientos, el presidente López Obrador –que no México– tiene algún tipo de compromisos con los países de Sur y Centroamérica que son gobernados por la izquierda, porque a los de derecha los desprecia, como es el caso de Bolsonaro. Compromisos no revelados ni consensuados con las fuerzas políticas nacionales.
También López Obrador se ha hecho promotor de la iniciativa de una nueva OEA donde no quepan la derecha o neoliberales como los llama y donde por supuesto se excluya a los EEUU.
Ya es demasiado descarado el actuar del presidente López Obrador y muy alejado de la Doctrina Estrada que tanto pregona como la guía de su gobierno en relaciones internacionales.
Nada de lo que hace el presidente en materia de relaciones internacionales es consultado con el Senado de la República o con los demás actores políticos y demuestra una falta absoluta de sensibilidad geopolítica, habida cuenta de que la izquierda romantizada de la guerra fría o la revolución cubana ya no existen y sí un juego de poder e influencia entre las superpotencias en el que México ni por asomo tiene cabida.
El presidente da por sentado que lo que él cree coincide en exacto con la ideología de la sociedad entera, de tal suerte que no hay necesidad de consultar a la opinión publica o cualquier instancia acerca de los riesgos y oportunidades que están envueltos en las posturas y estrategias que despliega el Ejecutivo, como si fuera la panacea del momento para lograr mejor el futuro del país.