Por Félix Cortés Camarillo
Odio el mes de diciembre.
La gente se aglomera y altera. Todo mundo tiene prisa y todo es urgente. Las tiendas se llenan de seres que gastan el dinero que no tienen comprando cosas que no necesitan para gente que por lo general no vuelven a ver. El ambiente revienta de canciones sobre peces beodos que en el río beben y beben y vuelven a beber u otros villancicos de los que no me sé la letra. Se come como si nunca en la vida se hubiera comido, o como si nunca más en la vida se fuera a volver a comer.
Y, sin embargo, me encanta el espíritu navideño. Por estos tiempos algo se mueve en nosotros que nos transforma. Sin que lo notemos nos vamos volviendo menos huraños, más sensibles, comprensivos, tolerantes y en algunos extremos generosos. Y todo se debe a que hace unos dos mil años, dicen, nació en lo que llamamos Medio Oriente un niño judío, pobre, perseguido, migrante y con un futuro incierto; afortunadamente no se enteró al nacer que su vida terminaría de manera dolorosa en un monte que se llama Gólgota y que en arameo y en latín quiere decir monte de la calavera.
Por alguna razón que unos suponen ecuménica, y yo imagino que corresponde a las leyes del mercado, estas fiestas tienden a lograr una convivencia que no puede llegar a simbiosis. El Islam, el Cristianismo y la fe judía tienen fiestas por estos días, en las que algunos gestos se repiten. Los judíos conmemoran el milagro de las luces, Hannukah, cuando el aceite que apenas alcanzaba para un día iluminó soberbiamente el nuevo templo de Jerusalén; el Corán registra una mujer llamada María que es bendecida con la maternidad, así como en el cristianismo, siendo virgen. Jesús es uno de los profetas del Islam. Por alguna razón estas festividades se ligan a la costumbre de hacer obsequios.
Conservamos ese espíritu de bonhomía y generosidad. Acaso fomentamos las otras virtudes con moderación. Pero se nos olvida que todo ello tuvo su origen en esa humilde cuna de un establo.
Yo me pregunto si ¿no podemos recuperar ese espíritu para el resto del año y mantenerlo por más tiempo?
Después de todo, y sin ir más lejos, tenemos muchos niños pobres, muy pobres; perseguidos, muy perseguidos. Migrantes, muy migrantes. Y que también tienen por cierto un futuro ingrato aunque no mueran crucificados.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto a su persona tengo que ser congruente. Habrá de perdonar, pero yo a usted no le deseo que en esta Navidad se le cumplan todos sus deseos. Mucho menos sus juguetitos preferidos, que tienen que ver con las nalgas. Quiero decir la silla. Por lo demás, que pase una feliz Nochebuena con la gente que le estiman. Son menos de los que le dicen.
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