Por Félix Cortés Camarillo
Solamente los tontos se burlan de los protocolos. // Charles Maurice de Talleyrand
A sorpresa generalizada, sin motivación inmediata alguna, el presidente López sugirió ayer hacer una pausa en las relaciones entre los gobiernos de México y España. Ya se sabe que en este país como en los que reprueban en democracia, una sugerencia presidencial se interpreta como una orden contundente, indiscutible, inapelable y fatal.
Por lo tanto, nuestras relaciones con España están desde ayer en pausa como si fueran un artefacto electrónico. Para fundamentar su dicho, el presidente López acudió al argumento de que España considera a México como un territorio conquistado del cual ha extraído riqueza y del cual puede impunemente seguir haciéndolo.
Obviamente mintió. Citó como ejemplos de la perfidia hispana un gasoducto hecho por empresas españolas en Tula que nunca condujo gas, inoperante por la corrupción o ineficiencia de los mexicanos. También los ya olvidados barcos hoteles que iban a alojar trabajadores de las plataformas petroleras en el Golfo de México, hechos en astilleros de propiedad conjunta hispano-mexicana. Como dijo el presidente López, esos barcos nunca se usaron y fueron vendidos por Pemex a un precio menor que su costo. En todo caso, los españoles tienen la culpa de que los mexicanos seamos pillos, según el presidente López.
En la terminología de la diplomacia, la palabra pausa no existe. Para eso hay procedimientos.
Charles Pérez-Desoy i Feges es autor de un ensayo completísimo de las crisis diplomáticas. Afirma que la ruptura de relaciones entre gobiernos es simplemente la antesala de un enfrentamiento bélico. Antes de llegar a él, estas son las etapas: convocar al embajador del país ajeno, para quejas; llamar al embajador propio a su casa para consultas; expulsión de personal diplomático, no el embajador; retirada del embajador, y finalmente suspensión de las actividades de la embajada. Desde luego que el presidente López no tiene idea de esta secuela de sucesos antes de romper relaciones diplomáticas o congelarlas, como pretende. Bueno, no tiene puta idea de muchas cosas, entre ellas las relaciones entre dos países hermanos como España y México.
No sabe, desde luego, que 1939 México no rompió relaciones con España, sino con el gobierno de Franco. Durante años, mantuvo (de mantener con lana, claro) a la representación de la república española en la Ciudad de México. Que el exilio español no fue solamente expresión de la digna postura de Lázaro Cárdenas: fue también una de las más importantes inyecciones de inteligencia y cultura a nuestro país desde la península.
Ayer, detrás de este gesto dramático del presidente López se esconden dos cosas. La primera, y más importante, es la vocación del presidente de levantar cortinas de humo para que los mexicanos no nos demos cuenta de la crisis de salud, seguridad y economía que estamos viviendo. Segundo, que los malos son los de fuera.
Los sátrapas –y López lo es– suelen inventar enemigos foráneos a quienes atribuirles todos los pesares que a su pueblo han provocado. Así lo hizo el castrismo y así lo hace Maduro en Venezuela. Así lo está haciendo el presidente López, escogiendo a España como su villano favorito. El odio rabioso de López Obrador a España no es nuevo. ¿No pidió que la madre patria pidiera perdón por la Conquista?
El asunto, en mi opinión, es la proyección irrefrenable de una xenofobia nacida de un complejo personal de inferioridad. Así, el gobierno de Austria se demerita por no prestarle al presidente López el supuesto penacho de Moctezuma. Así, somos despreciable todos los mexicanos que estudiamos en el extranjero. Así, no es necesario que el jefe del Estado viaje fuera de sus fronteras, si no es inevitable.
El presidente López le puso también condiciones a esta pausa en las relaciones con España. Las relaciones con España se van a restaurar cuando llegue a México otro gobierno. Cuando él se vaya. Por lo pronto, Tenemos a España, políticamente en hold. No quiero imaginarme cómo se están riendo de los mexicanos –otra vez– en el Palacio de la Moncloa.
El discurso de ayer en la mañana fue, como siempre, despatarrado, pero fue congruente con su obsesión. Sin mí se mueren. En una frase reside todo el concepto político de Andrés Manuel López Obrador: cuando me vaya, por mí llorarás.
Se dijo en Francia hace siglos: El Estado soy yo.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Ya entrado en gastos, señor presidente, y después de que lo vino a regañar el señor Kerry por su amor a las energías sucias, ¿por qué no le ponemos una pausa a las relaciones con los Estados Unidos?
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