Por José Francisco Villarreal
Los romanos era gente muy singular, pioneros en muchos sentidos. Entre otras cosas, nos heredaron el idioma, y de paso términos que hoy usamos para nombrar sin saber por qué del nombre. Uno de ellos es una palabra muy delicada, además de moda: Salario. Facilonamente se asegura que se llamaba así a la paga que se hacía en Roma a los soldados. Ese pago en realidad se llamaba Stipendium, que significa algo así “pago en moneda menuda”, normalmente denarios de plata. Luego se llamó Solidata, sueldo, porque los milicos desconfiaban de la devaluada morralla de plata y tuvieron que pagarles en contantes y sonantes Solidus de oro; esto se amplió a los servicios varios que se prestaban al Imperio.
¿Y el Salario? Pues resulta que los piadosos romanos tenían la costumbre de regalar eventualmente a sus esclavos pequeñas cantidades de sal. Un recurso valioso como sazonador, antiséptico y moneda de cambio desde tiempos de la Grecia Clásica. En las transacciones pequeñas de la plebe jodida, se asimiló el mismo término. En nuestros días, el salario ha sido respetuoso con sus orígenes y sigue siendo miserable y astringente. O sea que “salario mínimo” es prácticamente un pleonasmo. Todo esto debería rescatarse en nuestro idioma para distinguir bien entre quienes reciben un “sueldo” y quienes reciben un “salario”.
La precisión sería ilustrativa de lo que significa realmente la exposición de las percepciones económicas por el trabajo del sedicente periodista Carlos Loret de Mola. Insisto en que no es apropiado que sea el Presidente de México quien exhiba el “sueldo” de Carlos. No sé si incurra en un delito, pero es inapropiado que encare a un presunto periodista que arrastra una larga trayectoria de mentiras. El desmentido de la mentada “investigación” sobre José Ramón López, (un sueño húmedo de Claudio X.) está en el propio “reportaje”, con muchas afirmaciones tendenciosas y evasivos sustentos. Lo que no descarta que deba hacerse una verdadera investigación y no un simple e intrascendente debate legislativo. Es necesaria además.
Todo esto no debería preocupar a nadie. Excepto que en este caso expone abiertamente la servidumbre de Loret hacia un grupo de empresarios y políticos empeñados en desestabilizar al país. Porque este sería el resultado real en el caso de que tuvieran éxito y expulsaran a don Andrés del Poder Ejecutivo. No, no sueñen. No regresaríamos al idílico país de paz y prosperidad que nos prometen. Primero, porque nunca existió; segundo, porque pian pianito, intentarían revertir todo lo implementado por este régimen, y quién sabe si lo toleren los favorecidos hoy, sobre todo los que básicamente viven de salarios no de sueldos.
La intensa campaña orquestada por empresarios que, ya es más que obvio, mandan a políticos y a medios de comunicación, logró enardecer a villamelones de la política y de la economía, a “clasemedieros aspiracionistas” quienes, por cierto, gracias a la indiscreción presidencial, ahora saben la diferencia entre sus “opulentos” salarios y los “modestos” sueldos de un comunicador mediocre. Esos magnates que ahora distribuyen dinero estratégicamente en voceros y campañas, cuando logren sus objetivos cerrarán sus monederos y, por supuesto, junto a políticos y medios afines, buscarán recuperar su inversión rápidamente. Y la única fuente será sustrayendo, evadiendo o exprimiendo al erario.
Esta dramática evidencia de la injusticia laboral y la inequidad en los valores intelectuales ya es de por sí grave y no se va a olvidar fácilmente. Parece que don Andrés se la juega. Así Carlos proclame su indigencia, ni siquiera los más furiosos detractores del presidente se tragan su cuento de una vida de trabajo honrado, cifras infladas, y esas monsergas. El comunicador sobrevalorado (sí, comunica y lo hace bien, así sean mentiras), es tan sospechoso como el reportero de calle que usa su gafete para evitar una multa, o beber, comer de gorra y ganarse un premio en la “posada de medios”. La diferencia acaso está en sus percepciones: sueldo uno, salario el otro.
Pero me temo que el “daño” ya está hecho. Esta polémica mina todavía más la credibilidad de los medios, y seguro está sembrando muchas inquietudes entre los verdaderos periodistas “asalariados”. Porque la infantería de línea conoce mejor que nadie el manejo de la información en los medios, a qué dianas se ordena lanzar dardos y sobre qué cabezas echar confeti.
Para el respetable público el dilema es todavía mayor. Las mentiras, sean inducidas de los empresarios golpistas o por del régimen, se mantienen descaradamente. Peor aún, crean secuelas, y secuelas de secuelas, y secuelas de secuelas de secuelas… El falaz edificio que levantan es imponente, pero también es un peligroso jenga que irremediablemente se desplomará sobre las cabezas de todos. Además, no nos incumbe, porque es una pugna de dos facciones, y México no es una facción ni un botín, es millones de ciudadanos.
Recién me entero que periodistas se plantaron en las cámaras del Congreso de la Unión para exigir libertad de expresión y detener los crímenes contra el gremio, y fue muy justa y oportuna la oposición al régimen para sumarse. Ojalá y estas protestas y ese apoyo se hicieran recurrentes y exigieran también libertad de expresión en las mesas de redacción de sus propios medios. Porque la primera violencia contra los periodistas se ejerce editando, mutilando o descartando sus notas para favorecer el rating, las ventas o los intereses del medio. Y esa no es una violencia menor… Contra periodistas asalariados, porque los periodistas a sueldo no hacen periodismo, regurgitan.