Por Laura Cevallos
El sábado pasado nos sobrecogieron las impactantes imágenes y videos, sumados a los testimonios de los asistentes al partido de futbol entre los Gallos Blancos de Querétaro, y el Atlas de Guadalajara. Encuentro que, según los que saben de fut, es uno de esos que sacan chispas entre las aficiones y que, por ende, son de los que se tienen que resguardar con las fuerzas del orden. Hasta ahí, todo comprensible. Lo que salió de nuestra comprensión fue que un encuentro deportivo pueda ser la causa de una violencia como la atestiguada por cientos de personas, y sin más motivo que la afición a un equipo.
La crónica no oficial, pero sí verídica por ser la que hicieron los asistentes, es que al momento en que el Atlas cobraría un tiro de esquina, los hinchas de los Gallos Blancos saltaron a la cancha, en un movimiento muy bien sincronizado que, según la reseña de un fotorreportero que prefirió mantener el anonimato, se inició con la apertura de una puerta, con gente entrando a la cancha y con aficionados de Guadalajara que se resguardaban ante el cerco que estaban sufriendo de parte de los locales.
En minutos, los violentos atacaron a los del equipo visitante que llevaban las playeras del Atlas; eran patadas, palazos, sillazos, les arrancaron la ropa y, de forma cavernícola, los siguieron golpeando cuando estaban inertes, en el piso, y aún se atrevieron a quitarles sus pertenencias.
Para quienes recibieron el ataque seguro fue una eternidad desde que inició la violencia, hasta que llegaron los primeros policías y paramédicos, que empezaron a atender a los heridos ahí, tirados en el pasto. Cosa curiosa que, ni los periodistas ni los aficionados, vieron la presencia de la policía que generalmente está a las entradas de los estadios, y tampoco de los que resguardan las esquinas dentro de la cancha, con sus escudos de policarbonato, para proteger a los jugadores que cobran un tiro de esquina, de la posible lluvia de botellas de la afición contraria. Por eso es que todo este asunto le parece tan sospechoso a quienes son expertos en la materia.
Y sobre la responsabilidad de los administradores del estadio, en conjunto con las autoridades locales, hay que revisar que es un trabajo conjunto que deben hacer con Protección Civil, los servicios de salud e, incluso, con miembros de la Guardia Nacional, si es que sabían que este encuentro, era particularmente complicado por la presencia de las dichosas barras. Lo peor, es que la Guardia Nacional pudo haber acudido en unos cuántos minutos, porque el cuartel está situado literalmente a una cuadra del estadio y, sin embargo, lo “manejaron” con los guardias privados, contratados por la directiva del estadio.
Hoy en día es inevitable que las personas graben o fotografíen los hechos al momento en que suceden; que lo suban a las redes y se hagan virales y, como consecuencia, que las personas arriben a conclusiones, sobre todo cuando no hay una autoridad que aclare o dé confianza a la ciudadanía de lo que sucede. En cuestión de horas, quienes fueron tomando nota de estas grabaciones, hicieron cálculo de muchas personas que pudieron haber perdido la vida porque fueron pateadas brutalmente, o porque fueron heridas con picahielos y otros objetos “punzocortantes” que, por cierto, no debieron haber ingresado al estadio de existir un arco de seguridad detector de metales o una policía eficiente que revisara el ingreso de los “aficionados”.
En fin que para la conferencia del lunes, el presidente, siendo verdaderamente generoso con el gobernador Kuri, lo respaldó, explicando que estaba haciendo lo debido y que no tendría por qué responder de lo sucedido en el estadio; pero después comentó que él, siendo jefe de Gobierno del Distrito Federal, se preparaba cuando iban a darse este tipo de encuentros deportivos, o para conciertos, o cualquier otra clase de congregación multitudinaria, donde pudieran calentarse los ánimos e iniciarse hechos de los que después tendríamos que lamentarnos.
Por lo tanto, yo creo que esta debió ser la postura que el gobernador de Querétaro tuvo que asumir desde el principio: prepararse para lo peor, a sabiendas de que las barras no están compuestas por personas de pasión refrenada, sino por sujetos altamente violentos que, además están pagados para ir y generar este tipo de desmanes y que, para colmo, podríamos presumir que estaban bebiendo e incluso ingiriendo otro tipo de sustancias, porque nadie en sus cabales es capaz de patear a una persona hasta que pierda el conocimiento, por un ridículo partido de fútbol.
En cambio, para el #8M, vimos a una autoridad de la Ciudad de México que se enfrentaba a un evento más grande en extensión territorial, en número de personas asistentes y, por supuesto, en posibles consecuencias que podrían poner en peligro la vida y la integridad de las propias manifestantes, y de las mujeres policías, del Ejército, Marina y Guardia Nacional que resguardan la seguridad de todos en la ciudad.
Resulta que, aplicando la experiencia de pasadas marchas, y sumado con elementos de inteligencia, el secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, comandó y planificó todo un operativo de seguridad con varias horas de anticipación. Ciertamente, se blindaron con vallas metálicas varios edificios que han sido blanco de ataques en las dos marchas previas.
De la prensa, que necesita sus diarias dosis hemáticas para poder sobrevivir, la cronista de Milenio, lanzó el dardo envenenado de que al gobierno de la ciudad y al federal les importaba más resguardar los edificios, proponiendo que esta protección implicaba cuidarlos más que a las propias mujeres. Para su mal, se le volteó el chirrión por el palito, y no solamente no hubo violencia contra los edificios que, entre otras cosas, son bancos, tiendas, instalaciones periodísticas, monumentos y edificios históricos que tienen un valor intrínseco más allá de las puras piedras, sino que no hubo vandalizaciones. Y sí, es legítimo resguardarlos porque su rehabilitación también implica un costo que sale del erario y no es justo que se deba designar dinero público para ir a limpiar las pintas o restaurar los daños que producen las bombas molotov o los marrazos del bloque negro, que amenazaba con desmadrar la marcha.
Este trabajo de inteligencia permitió asegurar varios instrumentos explosivos y otros con los que pretendían golpear los escudos de las policías; al desarmarlas, permitieron que las más de 75,000 manifestantes pudieran llegar al Zócalo, sin sufrir ningún incidente y como pilón, la cantidad de daños a edificios y otros monumentos, también fue mínima. Sobre todo, porque la pintura es lo más leve entre los daños que se pueden producir a los edificios y monumentos.
Lo que verdaderamente dio un giro a lo que se esperaba de esta marcha, fue la alegría de las que llegaron con sus amigas, coreando consignas, brincando, sin ocultar sus intenciones y con flores en vez de martillos; entendiendo que la violencia no es el camino y que como dice el presidente, no se puede apagar el fuego con el fuego. No se vale exigir paz, lanzando bombas. En cambio, sí se pueden dar flores y recibir abrazos sí se puede buscar la paz, con palabras.
Cierto es que hay miles de carpetas de investigación que por negligencia de las autoridades en las diferentes fiscalías estatales, no han sido integradas debidamente, no han llegado a judicializarse ni han producido las detenciones necesarias para iniciar el proceso de justicia para las mujeres violadas, asesinadas o desaparecidas, de sexenios anteriores. También es cierto que hay autoridades que, en el presente, no están haciendo cuanto está a su alcance porque aún quedan resabios de pasadas administraciones, en que la ley del menor esfuerzo imperaba, y el burócrata llegaba a las 9, comía su torta a las 11, tomaba un descanso a la una y a las 3 bajaba la cortina para irse a su casa. Poco a poco las cosas han ido cambiando y vamos viendo avances si somos optimistas. Pero, siendo objetivos, aún no llega a la justicia todas las familias, y sigue habiendo víctimas de un sistema disfuncional que se está erradicando lentamente.
Solo moralizándonos en familia, iremos abandonando las viejas prácticas. sólo haciendo lo correcto llegaremos a resultados justos. No podemos creer que la violencia intrafamiliar puede ser resuelta a través de un decreto presidencial, que los feminicidios terminarán porque hoy no son las fuerzas de seguridad las que los cometen; tampoco podemos imaginar que quienes hacen de la violencia su modus operandi, renunciarán a los beneficios económicos que estas actividades les reportan. Pero, aunque se burlen del presidente, acusarlos con su mamá sí ha funcionado, y la madre de uno de los muchachos que fueron parte de la brutalidad en el estadio queretano, lo entregó a las autoridades en un acto de ejemplar responsabilidad y respeto a sus víctimas.
Sí. En esta Cuarta Transformación, moralizarnos es parte del cambio de conciencias y buscar hacer el bien nos va permitiendo ser felices. Son pequeñas acciones, es una flor o retomar el papel de una madre que pregunta a dónde van sus hijos, con quién se juntan, que llevan en la mochila. Nunca es tarde para tomar la mano de ese hijo que probablemente haya tomado decisiones equivocadas. Seguro que hay tiempo de cambiar.