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Por Félix Cortés Camarillo

El juego del futbol, desde que en México dejó de ser una actividad de recreo, pasatiempo de convivencia y camaradería para convertirse en un negocio generador de grandes fortunas de las que no dejan rastro, se involucró en acciones y conductas que caminan por la frágil frontera que separa el bien y el mal, la decencia del delito.

Todo comenzó con los patrocinios de los equipos de futbol por parte de las bebidas derivadas del fermento de cebada o de la destilación de los jugos de uva o caña. De ahí en adelante las vallas de los estadios decoradas por las marcas de cervezas, rones, brandies y aguardientes nos parecieron de lo más natural del mundo como no podía molestarnos que al presenciar los encuentros deportivos pudiéremos beber una cerveza o dos, una cuba o un jaibol.

Luego, con el apoyo de los cronistas deportivos vino la afición de vestir la camiseta o el traje entero del equipo de nuestras simpatías y defenderlo a ultranza con saña y violencia. Así surgieron los grupos de “animación” de los deportistas, y esos grupos se llamaron porras.
Para manejar todo este aparato se requiere de apoyos oficiales nacionales e internacionales. La Federación Mexicana de Futbol es la sucursal de la FIFA, entidad supranacional que cuenta con más países miembros que la misma ONU. Desde luego con mucho más generosos fondos y capacidad de alianzas y complicidades internacionales.

Todo este tinglado esconde la verdadera estructura del poder detrás del futbol. El caso de los desmanes en el estadio Corregidora de Querétaro, que por fortuna no dejó personas muertas, dejó al descubierto que los que mandan en esa actividad son los integrantes de un club exclusivo que se llama los dueños de los clubes. De algunos de estos equipos se conoce la identidad de los propietarios, que suelen ser a la vez dueños de los estadios en los que se juega los partidos. En otros casos hay una nebulosa que oculta nombres y apellidos de ese organismo.

La modificación de las leyes de México que abrieron la puerta a los casinos de máquinas tragamonedas y otros juegos de azar que despluman a miles de hombres y mujeres cada noche, de manera especial miembros de la llamada tercera edad que fingiendo divertirse pierden víctimas de la ludopatía los escasos recursos que todavía tienen, El reglamento de juegos y sorteos, dependencia de la Secretaría de Gobernación, se encargaba originalmente de vigilar los sorteos de la Lotería Nacional, cualquier rifa organizada por instituciones benéficas o de enseñanza superior y los programas de concurso que en la televisión ofrecieren premios en metálico o especie a sus concursantes. Nadie supo con certeza qué era lo que hacían los hombres y mujeres presentados en dichos programas como “interventores” de la dicha secretaría.

Lentamente, las casas de apuestas llamadas casinos, se convirtieron en agencias de booking, centros que reciben grandes cantidades de dinero apostadas a los resultados de los eventos deportivos de todo tipo. La palabra booking equivale a reservar, por ejemplo, una habitación de hotel; sin embargo, se aplica ahora a las apuestas. El movimiento de esas cantidades de dinero despierta la sospecha de que el booking y la propiedad misma de los equipos de futbol propicia la manipulación de los resultados deportivos, facilitando asimismo el lavado de dinero de procedencia dudosa al menos. El crimen organizado puede estr metido hasta la portería del deporte organizado más popular en México.

Las tibias sanciones a la tragedia de Querétaro solamente abona esas sospechas. Siguen las barras violentas, sigue la venta de alcohol y solamente se incrementa el número –no la capacitación– de los vigilantes. Algo huele mal en los estadios.

PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, me dice un amigo de Culiacán que se llama Lorenzo, que vivimos en un país tan cabrón que en Michoacán hay muertos pero no hay cadáveres y en Querétaro hay cadáveres pero no hay muertos. Y el presidente cree que los mexicanos somos tan pendejos que nos creemos las dos falacias.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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