Por José Jaime Ruiz
Ninguno de los manifestantes sampetrinos en contra de los carriles de bicicletas se manifestó en contra de la ampliación de Vasconcelos: no eran de su clase social los afectados. Cada sampetrino tiene la vocación de ser alcalde, o parecerlo o influir. No lo recuerdo bien, pero Benjamín Clariond me dijo una vez que nunca sería alcalde de San Pedro: las llamadas de madrugada por influyentismo le quitarían la paz. No se trata de democracia ni de participación ciudadana, se trata de influyentismo.
“El ciclista es un aprendiz de suicida. Entre los peligros que lo amenazan los menores no son para desestimarse: los perros, enemigos encarnizados de quien anda aprisa y al desgaire; y los guardias que sin gran cortesía recuerdan disposiciones municipales quebrantadas involuntariamente.
“Desde que se han multiplicado los automóviles por nuestras calles, he perdido la admiración con que veía antes a los toreros y la he reservado para los aficionados a la bicicleta”, escribió Julio Torri.
Montar en bicicleta, o mirar siempre al frente, nunca al suelo. Estar suspendido en el aire. Lo sabe César Garza, lo sabe Miguel Treviño. ¿Cómo leer en bicicleta?, se preguntó alguna vez Gabriel Zaid: “La bicicleta se hizo real, nos hizo reales: entró, bárbaramente, como a caballo en una iglesia. Pero si leer no sirve para ser más reales, ¿para qué demonios sirve?”.
Si reflexionar el buen uso de transportación no nos hace más reales, ¿para qué demonios sirve? Las vías para las bicicletas en San Pedro, más que para la convivencia, son para la vivencia. Más acá de Chipinque, los peatones y corredores tienen Calzada del Valle y la ruta de Los Duendes que termina antes del Santa Catarina. El peatón es primero; ciclista, segundo; motociclista, tercero; transporte público, cuarto; último, el automovilista. Estamos al revés.
Lentitud, pedaleo, velocidad, equilibrio, ajenidad. Pocas invenciones humanas como la bicicleta. No la montaña, la urbe. Dos poetas habitantes del regiomonte, bicicleteros, Pancho Serrano y Sergio Cordero. Sergio nos dice: “Dejo la bicicleta en la cochera; / reclino sus manubrios pensativos / –el niquelado brillo de su acero– / y mi propio cansancio de cara a la pared”. Los manubrios pensativos después del sudor. No los pedales, los manubrios agotados, acotaría un Borges.
Una de las grandes luchas por el pedaleo se dio en Ámsterdam, no desde la autoridad, sino desde la ciudadanía. Mi inseguridad de datos me conculca, pero creo que fue Matteo Guarnaccia quien reflexionó:
“Una meditación tubular completa, en contemplación activa, entre el paisaje detenido y el flujo del tránsito, los cuales, cuando estás pedaleando, cambian de papeles: en movimiento la primera congela a la segunda.
“Así como nadar y hacer el amor, andar en bicicleta está programado en algún punto de nuestros genes; una vez que se aprendió es imposible olvidarlo. El modelo nunca anticuado de desplazamiento socialmente responsable, sin desperdicio de recursos, no estresante, y como si no bastase, además es divertido.
“El grado de civilización de un país es directamente proporcional al respeto que él tiene por sus propios ciclistas. Andar en bicicleta no implica ninguna estúpida exhibición de poder, requiere apenas optimismo y coraje (quedar de espaldas para los automóviles es un verdadero acto de fe, una tarea de nuestro guerrero interior)”.
La bicicleta, un vehículo igualitario. No contamina. Nunca es una amenaza, como el automóvil. Si algo es democrático es la bicicleta. Así que Miguel, mirar al frente, no al piso. ¿Y Shakira? Pues llévame en tu bici, le dijo Carlos Vives.
@ruizjosejaime