Por José Francisco Villarreal
A estas alturas hemos llevado ya la bofetada de Will Smith durante la entrega de los premios Oscar a dimensiones casi metafísicas. Pero… Somos humanos, por lo tanto tribales. La familia y sus allegados es el modelo tribal mínimo donde la defensa de sus miembros es responsabilidad de todos y la asumen todos: hombres, mujeres, niños, niñas, ancianas y ancianos. La agresión a alguno debilitado, del género y edad que sea, causa una reacción defensiva en los demás. El hombre ha sido considerado como el protector de la tribu por excelencia. En los hechos hemos comprobado que no lo es. También hemos constatado que la mujer es capaz de defender a su “tribu” con más convicción que un hombre. Lo más intuitivo es proteger al agredido; la otra opción es muy civilizada y racional, neutralizar la agresión; y la más salvaje e instintiva es eliminar al agresor, simbólica o “efectivamente”.
Real o montada, la agresión de Chris Rock contra la esposa de Will Smith fue pública y además de proyección masiva (y no fue la única esposa agredida esa noche). El comediante no se burló de ella por un defecto moral sino por una enfermedad que ya tiene mucho tiempo enfrentando. Creo que Will y sus hijos lo saben mejor que nadie. Con apoyo de su “tribu”, Jada libra una lucha personal; somos nosotros los que la llevamos a ese cuadrilátero social donde no tiene manera de ganar porque el adversario no es su enfermedad sino el espectador, el verdadero veneno de ese humor tóxico y genérico. Despreciar la reacción de Will por un tema de género es prácticamente exigir que deje sola a su esposa sólo porque es mujer, y porque él no atinó a responder de una manera que no nos incomodara a nosotros. ¿O fue porque no nos dejó reír a gusto? ¡No importa! Nos estamos desquitando con memes que festejan a un hombre abofeteado, avergonzado en público. Y como “lo merece”, ¡pues a darle!
No es la primera vez que se hacen bromas muy pesadas en un evento de la Academia. Algunas han sido ofensivas; se rieron y aplaudieron incómodamente en el recinto, nosotros reímos y aplaudimos cómodamente frente al televisor. Hasta donde sé, esta es la primera vez que hay una reacción explosiva aparentemente espontanea. Pudo no haber sido físicamente violenta, pero la espontaneidad conlleva riesgos y nunca es políticamente correcta (nos estresa que no respeten el guion). En general los hombres no somos buenos para ser espontáneos, para eso tenemos estereotipos que, por ser obsoletos, además de injustos ya son excesivos, insuficientes o ridículos. Esto no se cambia con anatemas sino con nuevos estereotipos que no podremos asimilar de un día para otro. Sí, somos de lento aprendizaje. Yo tardé años para no ceder el asiento o el paso a una mujer…, todavía me siento mal. Y hay que notar que los estereotipos violentos no son exclusivamente masculinos. Es difícil delimitar la fina frontera entre alardear de la posesión de alguien, y proteger a un miembro de la tribu. Uno es un acto de poder, el otro de elemental supervivencia. En ningún caso trato de justificar la violencia sino la necesidad de determinar si tiene causas o sólo agravantes.Por lo demás, creo que en adelante, en las entregas de premios Oscar y en otro tipo de eventos de formato similar, serán un poco más cuidadosos a la hora de intentar hacer reír al público; no por responsabilidad sino porque todos estaremos atentos a cualquier resbalón. Aunque me temo que muchos todavía seguirán quedándose con el puño cerrado y las mandíbulas apretadas; eso sí, respetando el guion. Pero ni con este antecedente las cintas nominadas harán excepciones, algunas nos darán bofetadas y pagaremos gustosos para ir a recibirlas en una sala de cine, de preferencia en estreno.
La importancia de la bofetada de Will no fue por disrumpir en tan sobrevalorada ceremonia (“sainete” le llama un amigo y con toda razón), sino por la cantidad de gente que la vio, se sintió sumamente incómoda, y luego, para conciliarse con su incomodidad, lo pensó bien y decidió entre sentirse ofendida o empática. Y no es para menos. Le quitaron la máscara glamorosa a la entrega de los Oscar; nos desplomaron el deslumbrante Olimpo de Hollywood. ¡Qué mala onda!
El verdadero villano de este pésimo sketch no fue Will Smith sino Chris Rock, que ya hasta parece víctima, porque irse a la yugular de su agresor entibia su culpa. Si todo fue un montaje, sería Will Smith mil veces peor por permitirlo y participar. Como público de “estanduperos” como Chris Rock, y consumidores compulsivos de eventos como el de la Academia, nosotros tampoco somos tan inocentes.
Ahora todos se indignan, apoyan, explican, desprecian, especulan, pontifican, intelectualizan, denuncian, compadecen… Pero la violencia estética no es exclusiva contra las mujeres. Yo, feo, calvo y chueco, lo sé muy bien; los “estanduperos” me ven como materia prima. No se trata de ser solemnes sino de aprender a reír. Porque la risa causada por una burla sobre la enfermedad, desgracia o defecto físico de alguien, no puede ser una risa feliz, ni debe ser una risa alegre. Entonces, en resumidas cuentas, ¿de qué te ríes?