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Por Félix Cortés Camarillo

El peor defecto que un demagogo puede tener es ser predecible. El mero hecho de que se pueda tener certeza de la esencia, el tono y la redacción del pronunciamiento de un poderoso de esta estirpe, no solamente ahorra trabajo al reportero: despoja al político del factor sorpresa o de la sospecha de una novedad. No solamente se reduce el interés de la audiencia; se le quita miga al discurso.

El presidente López es un demagogo de primer orden. Es ducho en el arte de la seducción de los jodidos, mediante las dádivas lo suficientemente generosas como para que generen una gratitud y los suficientemente magras para dejar en suspenso la solución del problema que supuestamente remedia. En ese equilibrio de extremos se mantiene la continuidad de las lealtades a medio comprar y a medio ser regaladas con entusiasmo. Sabe disimular con decoro complicidades con los grupos que dice pretender regular y limitar en sus desmanes. Disfruta ejerciendo un discurso plagado de intencionales errores gramaticales –prosodia y concordancia no son su fuerte– y de cierto tono de simpleza silvestre que pretende mostrarle cercano a las clases desprotegidas.

A cambio de todo ello, lo único que no puede hacer el presidente López es sorprendernos. Todos sus desplantes y ocurrencias en el ejercicio del poder estaban ya inscritos en su hablar y actuar del pasado, ya como priísta convencido, rebelde con causa, o radical opositor a las instituciones nacionales.  Sólo puede llamarse a engaño quien no tuvo la inteligencia o sensibilidad de observarlo con cierto detenimiento. Ni siquiera a profundidad. La conducta de Andrés Manuel López Obrador es totalmente predecible, al grado de que desvela con frecuencia detalles de sus planes más importantes. Porque con frecuencia ensaya, como buen mílite o, mejor, admirador y operador de militares, sus operativos.

Lo sucedido el domingo pasado en el palacio legislativo de San Lázaro fue un ensayo de una batalla mayor. Andrés Manuel sabía que su tonta intentona de reforma constitucional en materia de energéticos no tenía posibilidades de ser aprobada por una mayoría calificada, mucho menos bajo la consigna de hacerlo “sin quitarle ni una coma”, condición que él puede poner sólo a sus súbditos de Morena, y sólo ellos pueden cumplirle. El ensayo incluyó la cerrazón a toda posibilidad de diálogo y transa –esto es comercio– con los otros partidos, que estaban más que dispuestos a ceder hasta lo impensable, y la amenaza de sitiar con acarreados el recinto impidiendo la entrada a los desleales. 

Lo sucedido ya se ha comentado a saciedad, y había sido anunciado por el presidente López: ante el rechazo de la ley Bartlet, si no se aprueba mi reforma constitucional ya tengo lista un nueva versión de la ley de minería para anunciar que el litio es de los mexicanos. Cosa que, como todo el que ha leído la Constitución sabe, ya está en el añejo texto.

La proclamación legislativa de la perogrullada es otro preámbulo a dos movimientos que pretenden ser la joya de esta corona imperial. Primero el avance en la militarización del país, poniendo a la Guardia Nacional bajo el mando de las fuerzas armadas. Luego, el matador pliega la muleta, levanta el acero y se perfila para matar, con estocada por todo lo alto, al Instituto Nacional Electoral en la forma que conocemos y que tanto dinero, tiempo y esfuerzo le ha costado a la sociedad mexicana.

Quedará la mesa puesta para quien ha de suceder al presidente López: una reforma eléctrica que, con las nuevas leyes electorales ya no requerirá la mayoría constitucional establecida y un aparato electoral a la antigüita, dependiendo de la Secretaría de Gobernación. 

Si el pasado domingo la  llamada oposición con toda su anémica condición no aprendió que ponerle un alto al presidente López es posible, entonces estamos jodidos todos ustedes.

PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿veremos un día un presidente que no ande por ahí diciendo que las Oxxo no pagan la luz, que los que no estamos de acuerdo con él somos traidores a la Patria o de que los mexicanos estamos al borde de morir de felicidad? 

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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