Por Carlos Chavarría
Torpe y muy a la vista, la maniobra que pretende realizar el Presidente López Obrador para favorecer sus intereses electorales.
Si la reforma constitucional en materia electoral que se propone fuese aceptada en el congreso, volveríamos a la época del partidazo, aquellos tiempos de felices elecciones sin duda en el resultado, aquellas gestas del control total de las elecciones por parte del presidente de turno. Si la reforma no pasa el congreso, su discurso se abonará con otra campaña de “traición a la patria “ de los demás partidos porque no quisieron que el país entero se ahorrara mucho dinero.
Desde hace mucho se requieren ajustes en materia electoral pero el mejor momento no es ahora ni con ese contenido totalizador se le ayuda a México.
Todo lo que criticó López Obrador respecto al régimen y el estado de control de las elecciones que ejercían los presidentes ahora se repite en su administración cayendo en la mas abyecta hipocresía, demostrando que no hemos avanzado casi nada en cuanto la tolerancia democrática que debe guiar los pasos del oficialismo en el poder.
Así como la revolución francesa engulló a sus mas fervientes promotores, así ahora enfrentamos la regresión que solo puede indicar las profundización del autoritarismo sin sentido político alguno, pues todavía es tiempo que MORENA como partido y su dueño no revelan para qué buscan regresar a la vida al “ogro filantrópico”.
Si bien es cierto que en la búsqueda de la eficiencia, la democracia parece ser un problema para cualquiera que intenta promover cambios en los países, también es verdad que el respeto a todas las corrientes de pensamiento que se da a través de consensos y la negociación política es la manera más efectiva para que la voluntad de todos se vuelque en apoyo de lo determinado como bueno.
Si nuestras prácticas son caras, tortuosas, complicadas, etc., es por el régimen de desconfianza bajo el cual nacieron cuando Reyes Heroles dirigió los primeros intentos de autonomizar la materia electoral y fue Zedillo el que finalmente instaló la “sana distancia” entre el otrora partidazo y la administración de los procesos electorales.
Ya no queda duda de que el objetivo principal del presidente es revivir ahora en MORENA todos los atributos que antes le pertenecieron al viejo PRI, al partido de sus verdaderas añoranzas que se caracterizaba por el poder absoluto del ejecutivo por sobre la sociedad entera, no se diga de los demás poderes de la unión.
Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Se puede mejorar todo tipo de procesos sin destruirlos. Ni el propio Condorcet se hubiera imaginado que la mejor estrategia para la instalación de la Revolución Francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad) en el gobierno fuera acelerar la decapitación de la propia convención como medida para lograr la estabilidad política.
Lo mismo ocurre con la propuesta de López Obrador. Se pueden mejorar los procesos electorales y reducir sus costos sin tener que desaparecer al actual INE y substituirlo por una comisión “electa” a gusto de la presidencia.
Claro que los costos de la muy manoseada y párvula democracia que vivimos se deben revisar de forma integral, no solo su parte en materia de mecánica electoral, pues hasta ahora es una de tipo reivindicatoria que se ocupa de ir otorgando más y más derechos, sin tener los recursos para tal cosa y se abandonan diversos temas, como son los requisitos para producir más y mejor, como son los casos de la educación, salud, infraestructura, financiera y fiscal.
Los costos más altos de nuestra democracia no están en los procesos electorales, los costos más importantes son los consecuenciales derivados de la contradicción entre un inmenso e ilimitado poder presidencial que todo lo manipula y distorsiona, y aquello que en concepto debería significar sujeción a la voluntad real de todos.